domingo, 26 de septiembre de 2010

El Costo Demográfico de la Revolución Mexicana

Desde septiembre del año pasado he presentado en estas páginas la serie actual de artículos en conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución. Este momento en que acaban de concluir las conmemoraciones del Bicentenario, y que en la serie de artículos llego a 1920, o sea la culminación de la etapa bélica de la revolución, es oportuno que trate de otros temas relacionados con el movimiento revolucionario que usualmente no son divulgados popularmente. Uno de ellos, que es importantísimo no únicamente para México sino también para nuestra región, fronteriza, es el de los estragos que causó la revolución sobre la población de nuestro país.

No sé si desafortunadamente o no, los fríos números no conllevan por sí solos el drama que implican las muertes, las emigraciones y epidemias ocasionadas por la revolución. Lo que sí hacen es comunicarnos la dimensión social, acumulada, de los enormes dramas vividos por los mexicanos de entonces. 

Un lugar común es que la revolución mexicana causó un millón de muertes.  Como sabemos, los censos se realizan cada década, y en 1910 se había concluido el tercer censo nacional que logró contar a 15.2 millones de habitantes. Debido a la revolución, el censo de 1920 se pospuso hasta 1921, y al realizarse éste se obtuvo una población de 14.3 millones de mexicanos. De la resta simple entre ambas cifras se ha obtenido la cifra que se maneja de un millón.


Sin embargo, ésta es una simplificación que no toma muchos factores en cuenta. Entre otros, está el número de nacimientos que dejaron de ocurrir como consecuencia de la guerra, las estadísticas de emigración a Estados Unidos o a otros países, o simplemente el error censal; todos ellos afectaron el crecimiento en población de México.

Los estudios demográficos que se realizaron posteriormente sobre el tema subieron la cifra de muertes. De esta manera, Manuel Gamio sostendría que hubo 2 millones de muertos, mientras que Gilberto Loyo, padre de la demografía mexicana, elevó el número a dos millones y medio de muertos. Más recientemente, Moisés González Navarro en un estudio inédito bajaría la cifra a 1.9 millones. Mientras, en un estudio estadounidense, Andrew Collver haría variar la estadística de este dato entre 2.5 y 3.1 millones. Sin embargo, el análisis más reconocido es el de 1993, cuando Manuel Ordorica y José Luis Lezama realizaron un análisis demográfico de nuestro país,  auspiciado por el Consejo Nacional de Población, y llegaron a la cifra de 1.4 millones de muertos, 1.1 millones de nacimientos frustrados, 400 mil emigrados, y medio millón en error censal para un total de 3.4 millones de vidas afectadas por la revolución.

Aún más recientemente han surgido otras técnicas estadísticas de las que una muy importante es el Método de Proyección Inversa. Queda afuera de las metas de este artículo explicarlo, aunque puedo decir que toma como base las cifras del censo de 1930 que ha sido mundialmente reconocido como el mejor planeado y ejecutado del siglo, y que logró contabilizar a 16.5 millones de mexicanos.

Curiosamente, el Método de Proyección Inversa concuerda con las cifras generales de Ordorica-Lezama, ya que alcanza un total de alrededor de 3 y medio millones de vidas afectadas por la revolución. Sin embargo, difiere del anterior en sus particulares:

Por ejemplo, en cuanto a las cifras de emigración, es obvio que la región con mayor actractivo para los emigrantes mexicanos fue Estados Unidos, ya que mientras que España, por ejemplo, recibió a unos 4,000 mexicanos, principalmente religiosos, los EUA albergaron a cientos de miles. Extrañamente las cifras censales estadounidenses no han sido utilizadas aún para determinar la emigración mexicana, pero éstas nos dicen, tomando en cuenta las muertes naturales de mexicanos emigrados durante esas décadas, que hubo alrededor de 300 mil mexicanos emigrados durante la década de 1910, y  230 mil durante la de 1920. Es decir, un total de alrededor de medio millón de emigrados mexicanos a Estados Unidos entre 1910 y 1930.

A este dato le debemos agregar que las muertes causadas directamente por la guerra, hambruna, enfermedades y epidemias se calculan ahora en 1.5 millón de mexicanos; la pérdida en nacimientos no logrados oscila en alrededor de 600 mil; mientras que se calcula el error censal en 1.1 millones. 


De esta manera, ahora se sabe que la revolución mexicana ocasionó alrededor de 3 y medio millones de vidas perdidas para nuestro país. En otras palabras, el movimiento armado de la revolución ocasionó la mayor catástrofe demográfica del siglo XX en América del Norte, cuyo costo demográfico fue excedido únicamente por el de la conquista española y sus epidemias, que habían ocurrido casi cuatro siglos antes.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Nogales durante 1919


Después de los artículos que escribí acerca de la guerra de independencia en Sonora a propósito de la conmemoración del bicentenario que acabamos de realizar, regreso ahora a la crónica de la revolución en nuestra región, serie que realizo a partir de septiembre pasado en conmemoración del centenario del inicio de este movimiento armado, conmemoración que realizaremos el próximo mes de noviembre.

En el último artículo de la serie sobre la revolución habíamos visto cómo Alvaro Obregón había lanzado su candidatura a la presidencia de la república a través de un manifiesto publicado aquí, en Nogales, el 1 de junio de 1919, lo que provocó el acoso del gobierno de Carranza a los sonorenses, quienes a su vez respondieron con el Plan de Agua Prieta, mismo que derrocó al gobierno de Carranza en 1920.

Mientras sucedía ésto, aquí, en Nogales, y a pesar de que nunca fue una región dedicada a la fabricación del mezcal –conocido actualmente como bacanora- había causado impacto la recepción de una circular del Estado, emitida el 10 de junio, que argumentaba que a pesar de que se había prohibido la fabricación del mezcal, éste continuaba destilándose, por lo que ordenaba que en lo sucesivo fuera pasado por las armas cualquier fabricante o traficante de este licor. Diez días después, sin embargo, otra circular declaraba que quedaba sin efecto esta disposición, no así la campaña contra los fabricantes de licores, y para subrayarlo el Gobernador le enviaba un enérgico telegrama al Presidente de Nogales en el que le indicaba que: 

“…debe terminarse por completo bajo la responsabilidad del Ayuntamiento con la venta de bebidas embriagantes y con los juegos prohibidos por la ley [por lo que] antes de diez días todos los alcoholeros estén en el yaqui prestando sus servicios a la campaña contra los indios rebeldes…” 

Con esta advertencia, el gobierno municipal inició una campaña en la que algunos alcoholeros y matronas fueron enviados al Yaqui y a Sinaloa, respectivamente.

Casi se cumplía ese año una década del inicio de la revolución, un movimiento armado en el que Nogales había figurado en forma importantísima a partir del Constitucionalismo, y era mucho lo que había cambiado durante ese periodo la entonces villa. La población se extendía desde la frontera hasta la entrada de la que con el tiempo sería Colonia Granja, y había cuatro escuelas de estudios básicos: la Escuela Superior (actual Pestalozzi. Para leer su historia, haz click aquí) en donde había dos: en la planta alta la Superior de varones, bajo la dirección de José Lafontaine, que tenía siete salones y 199 niños, mientras que en la planta baja se encontraba la Superior de niñas, bajo la dirección de Manuela Nieblas en la que había 273 niñas; además estaba la escuela Oficial Mixta No. 1 cuya directora era Juanita Inclán, con 4 grupos, y la escuela Mixta Melchor Ocampo, cuya directora era Petra López en la Colonia Obrera. Además, el nuevo gobierno municipal abría el 21 de octubre una escuela en la Arizona, con 21 niños como alumnos. 

Por esos mismos días, el 28 de octubre, una manifestación despedía en la estación del ferrocarril, ubicada a unos pasos de la frontera, al General Álvaro Obregón, que partía a iniciar su campaña para la presidencia de la república, mientras que su negocio nogalense de importaciones y exportaciones quedaba bajo la dirección de Ignacio Gaxiola.

A fines de ese año de 1919, debido a que Nogales alcanzaba ya una población que se estimaba en 8,000 habitantes, que había 127 giros mercantiles, 4 casas de comisión, 11 agencias aduanales y se calculaba que la propiedad raíz ascendía a unos 8 millones de pesos, a la vez que el movimiento comercial pasaba de $800,000, era enviada una solicitud al Congreso del Estado para que Nogales fuera elevado a categoría de ciudad. También terminando ese año se publicaba el Reglamento de Vehículos de Nogales, que establecía una velocidad máxima de 15 millas por hora. Era que el poblado contaba ya con 52 vehículos particulares y 54 de alquiler aunque, como siempre, había un prietito en el arroz: por esos mismos días se quejaban los vecinos del Embarcadero Viejo, barrio cuya población alcanzaba unos 300 habitantes y contaba con más de 70 casas, que los carros del ferrocarril siempre se encontraban estacionados a la salida de esa cañada, obstruyendo el paso.

En respuesta a la solicitud de los nogalenses, el día primero del año siguiente, 1920, aparecía en el periódico oficial la Ley Número 23, cuyo único artículo rezaba: “Es de elevarse y se eleva a la categoría de Ciudad la hoy Villa de Nogales.” Así, Nogales era ya una ciudad cuyos barrios principales eran: el del Cementerio (del Rosario actual), Cañada de los Locos (Buenos Aires actualmente), del Embarcadero, del Cementerio Nuevo (Héroes de hoy), Pierson (en el cerro), Aguirre, Cañada Vázquez, Ranchito, Rastro Viejo, la Sonora y la del Rastro Nuevo, estas dos últimas pertenecientes a los nuevos desarrollos de las Colonias Moderna y Obrera.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La Independencia en Sonora


La participación sonorense en la guerra de independencia poco a poco ha ido olvidándose, borrándose, desvaneciéndose. Gradualmente las anécdotas, incidentes, vivencias que alimentaron la memoria colectiva de nuestro Estado se fueron haciendo menos hasta casi desaparecer. Por eso se ha dicho que Sonora no participó en esta guerra; más bien, que su papel fue mínimo y que estuvo dirigido contra el movimiento. La realidad histórica, sin embargo, fue mucho más compleja e incongruente al igual que en el resto de nuestro país. Así, quedaríamos por respondernos la pregunta de qué buscaban las distintas clases sociales sonorenses cuando participaron en ella.

Y la respuesta es que, al igual que en el resto de la Nueva España, hubo aquí también diferentes guerras de independencia. Por un lado, la de los criollos adinerados que la buscaban o se le oponían; pero también la de los criollos desposeídos y mestizos que se incorporaron al servicio de las armas españolas cuando, debido a la guerra, desaparecieron las redes económicas que habían sostenido su modo de vida, o también entendemos como tendiente a la independencia la inquietud social de los indígenas que intentaban proteger sus culturas locales y su autonomía comunal, levantándose en armas (en seguida aparece la transcripción de la hoja de servicios de un militar, José Romero, que poco después se convertiría en el Comandante del Presidio de Tucsón, Sonora, realizada en 1817. Debido a su experiencia para lograr la paz con los indios Yuma, después de escribirse esta hoja de servicios se le asignaría la tarea de dirigir una expedición para establecer una ruta de correos por tierra entre Sonora y California).



El Estado de Sonora no existía en aquel entonces. Bajo el régimen Borbón se había creado un sistema en que las Provincias de Sonora y de Sinaloa pertenecían a la Intendencia de Arizpe. Al dar el Padre Hidalgo el Grito de Dolores, el noroeste novohispano era eminentemente rural. Sonora tendría aproximadamente 120 mil habitantes y sus principales centros urbanos, pueblos más bien, eran Alamos, Oposura (hoy Moctezuma), Altar, Horcasitas, San Ignacio (más importante entonces que Magdalena), Pitic (hoy Hermosillo), Tucsón, Navojoa, Baroyeca y Arizpe (la capital) si no olvido alguno; obviamente no existían aún ni Guaymas ni Nogales.

La campaña militar de la Independencia fue encabezada aquí por el Teniente Coronel Don José María González Hermosillo, de 36 años, nacido en Zapotlán el Grande (hoy Cd. Guzmán), Jalisco. Encargado por el Padre Hidalgo de incorporar el noroeste novohispano al movimiento, salió de Guadalajara el 1 de diciembre de 1810 con muy poca gente, aunque en el camino se le fue incorporando mucha más. El 18 se aproximaron a Rosario, Sinaloa, defendido por el Crnl. Pedro Villaescusa, un peninsular de 66 años que iniciara su vida militar sonorense en los entonces Presidios de Terrenate y de Buenavista (en las cercanías del actual Nogales), en el que fue derrotado Villaescusa. González Hermosillo continuó su avance hacia el Norte y ocupó Concordia y Mazatlán, aunque fue vencido el 8 de enero en San Ignacio Piaxtla por el Gobernador Intendente de las Provincias de Sonora y Sinaloa, Alejo García Conde, un español nacido en Ceuta que se aproximaba a sus 60 años de edad. Esa acción le dio la paz por algún tiempo a nuestra región (en seguida muestro la rúbrica de José María González de Hermosillo, cuyo nombre lleva la capital del Estado).



Después, al promover el gobierno el rechazo contra los partidarios de la independencia en esta región, la situación se prestó para resolver situaciones particulares, algunas que nada tenían que ver con simpatías políticas. Así sufrieron condenas algunos sonorenses como el Padre Juan N. Gallo, del pueblo de Tarachi, o Don Felipe Paz, de Ures, e igualmente Fray Agustín Chirlín, que servía al río Sonora, quien al saber que se le perseguía por sus ideas independentistas huyó y se escondió en una cueva hasta que, aprehendido en  mayo de 1814, lo llevaron a Durango, acusado de traición.

Sonora vería también varios hechos de armas con tintes independentistas: en 1819 con la sublevación de los indígenas de la Compañía de Indios Opatas de Bavispe, dominada inmediatamente; en 1820 cuando un grupo de indios Yaqui encabezados por un indígena Jova se levantaron y dirigieron a Chihuahua, atacando Chínipas y Palmarejo, aunque también fueron derrotados.

 Vendría después la promulgación, el 14 de febrero de 1821, del Plan de Iguala con su triple promesa: independencia, igualdad de razas y defensa de la fe Católica, y el viernes 24 de agosto el Comandante de las Provincias Internas de Occidente, Alejo García Conde, el héroe de Piaxtla, lo secundaba en Chihuahua; ignorando ésto, el martes 3 de septiembre hacía lo propio el Teniente Manuel Ignacio de Arvizu en Tucsón, Sonora, y tres días después también lo proclamaba Antonio Narbona en la capital de la Provincia de Sonora, Arizpe. Días más tarde, el 27 de septiembre, el Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide tomaba la Ciudad de México y consumaba la guerra de independencia.

Así nació México como nación independiente. Pero este parto no fue feliz, ya que lo acompañarían profundos desequilibrios que en Sonora y México exacerbarían la inestabilidad y la violencia internas, transformando la esperanza de lograr la paz en una pesadilla que duraría hasta finales de ese siglo XIX. Pero eso quedaba aún en el futuro, México ya era independiente.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Centenario de la Independencia

Hemos tenido en México dos conmemoraciones del Centenario de la Independencia. La primera bajo el gobierno de Díaz en 1910 recordando el Grito de Dolores, en 1810; la segunda bajo el gobierno de Obregón en 1921 en memoria de la conclusión del movimiento independentista, en 1821. (En seguida aparece un informe en que se da noticia del Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810)



El 1 de abril de 1907, el Presidente Díaz nombraba una Comisión, encabezada por Guillermo Landa y Escandón, Gobernador del Distrito Federal, para encargarse de las preparaciones. Como parte del evento se construyeron obras como la Columna de la Independencia ($2,150,000) y el asilo de enfermos mentales ($2,243,345), el Monumento a Juárez ($390,685) y el mejoramiento del sistema de drenaje de la ciudad de México ($1,986,017) por nombrar sólo unas pocas.

Pero posiblemente los actos más emotivos fueron el regreso por España del uniforme de Morelos, entregado por el Marqués de Polavieja, evento acompañado del equivalente de un funeral de Estado.

Otro acto fue el traslado a la capital de la pila bautismal de Don Miguel Hidalgo y Costilla (a la derecha se ve el desfile que acompañó al traslado de la Pila).

Finalmente, el Desfile Histórico, una representación de la historia del país en tres actos: el primero, el encuentro entre Cortés y Moctezuma en el que 809 individuos vestidos a la usanza de la época recrearon el momento que le diera inicio a la conquista de México; el segundo acto, El Paseo del Pendón, evocaba una ceremonia colonial; y en el tercero, Agustín de Iturbide, al mando del Ejército Trigarante, llegó al Zócalo acompañado de representaciones de generales independentistas como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Anastasio Bustamante y Manuel Mier y Terán. Además, hubo carros alegóricos con representaciones de Don Miguel Hidalgo y Costilla y Don José María Morelos y Pavón, así como otros de los Estados de Tabasco y Sinaloa. Después venían más alegorías que representaban los logros del Porfirismo en comercio, agricultura, industria, banca y minería.

En 1921, por otro lado, no hubo preparaciones muy anticipadas. Sólo después de que Herminio Pérez, gobernador de la Ciudad de México, pidió recursos federales para realizar la conmemoración, el gobierno federal se hizo cargo de ésta.  Se nombró una Comisión integrada por Alberto Pani, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, y se invitó al Cabildo de la Ciudad para que nombrara a un cuarto integrante. Félix Palavicini asumió el papel de Síndico y patrocinador de la conmemoración.

Una diferencia notable con 1910 fue que en esta ocasión no se inauguraron obras ostentosas, tal vez por la precaria situación económica del país, pero también tal vez porque la revolución no contaba con una figura preeminente sino varios jefes que luchaban entre sí. Por ejemplo, sería increíble que Obregón le erigiera entonces un monumento a Villa o a Zapata. Lo que sí, se rebautizaron algunas de las principales calles de la ciudad de México: La Calle de los Capuchinos a Venustiano Carranza, la Calle de Plateros y San Francisco a Francisco I. Madero, y la Calle del Parque del Conde a José María Pino Suárez.

Otra divergencia radicó en la orientación ideológica conmemorativa: mientras que en 1910 se intentaba resaltar los logros del Porfirismo, en 1921 las conmemoraciones tuvieron un carácter eminentemente popular, resaltando lo indígena en el discurso revolucionario.

Por ejemplo, la Semana de los Niños, con pláticas de salud infantil y la entrega de la Declaración de los Derechos del Niño. Regalos a los pobres de 20,000 huaraches y sombreros a los hombres, y 10,000 blusas y rebozos a las mujeres. Un desfile conmemorativo de concurso de carros alegóricos de 31 negocios de México –ganó el de la compañía petrolera El Aguila-, así como la participación del ejército en una reconstrucción de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. 

El evento más impresionante, sin embargo, fue la “Ceremonia de Xochiquetzalli,” en Xochimilco, que había sido adornado para ese fin, y cuyo acto climático fue el sacrificio de una joven en una ceremonia simulada.
También se organizó una “Noche Mexicana” en la que se presentó la cultura indígena: comida, arte, música y danzas regionales, así como un ballet espectacular, “Fantasía Mexicana,” creado por Adolfo Best Maugard y la bailarina rusa, Anna Pavlova. Además, se montó una Exhibición de Artes Populares con textiles, cerámica, productos de piel, pinturas, zarapes, etc. 

Otro evento más fue el concurso “La India Bonita,” que ganó Biviana Uribe, una niña de 15 años de Necaxa que apenas rebasó al segundo lugar, una joven descalificada por sus ojos verdes.  Y como símbolo del cambio tecnológico que traía el siglo, también hubo demostraciones aéreas en el aeropuerto de Balbuena y otros eventos públicos.

Fueron, ambos, eventos conmemorativos del Centenario que respondían a sus tiempos. Falta por ver cómo serán los de nuestro Bicentenario.

domingo, 12 de septiembre de 2010

El Plan de Agua Prieta

Ya desde el maderismo había aflorado el problema de la jurisdicción, federal o estatal, sobre los ríos de Sonora y San Miguel, aunque el Presidente Francisco I. Madero decidió que eran estatales.

Pasaron los años, y al lanzarse Alvaro Obregón a la campaña presidencial con el manifiesto de Nogales del 1 de junio de 1919, la pugna se reavivó. Diez días después de su manifiesto, el gobierno federal le comunicaba al Gobernador de Sonora, Plutarco Elías Calles, que el Presidente “ha tenido a bien declarar que las aguas del río de Sonora son propiedad de la Nación, atendiendo a que tiene aguas permanentes…” La razón que se argumentaba radicaba en el Artículo 27 de la Constitución, que entonces definía como federales las aguas “de los ríos principales o arroyos afluentes desde el punto en que brota la primera agua permanente hasta su desembocadura…” 

El Gobernador se dio por enterado, pero su sucesor, Adolfo De la Huerta, se quejó contra esta declaratoria, y en diciembre de 1919 y enero siguientes, ordenó que se escribieran una serie de editoriales en el periódico “Orientación” de Hermosillo para negar la validez de estas designaciones federales.

Además, el 13 de enero de 1920, el Gobernador le hacía una formal solicitud al Presidente Carranza, pidiéndole una revisión a esta declaratoria. Sus cauces, decía, eran torrenciales, no permanentes; se usaban únicamente durante el estiaje; los municipios basaban sus presupuestos en los impuestos del uso del agua; y sus márgenes estaban cubiertas por pequeñas propiedades que resultarían afectadas en el caso de que se declarara federal el cauce. Sin embargo se reafirmó la declaratoria federal, por lo que nuevamente el Gobernador le pidió que viera “cinta cinematográfica tomada en ésta durante los seis meses que estuvo aquí señor Carranza … y verá evoluciones de la escolta del jefe sobre lecho del río de Sonora no encontrándose agua. Durante esta misma permanencia señor Presidente podrá decir a usted que no hubo agua en el río…” (En la foto adjunta aparece Venustiano Carranza y José María Maytorena durante una cabalgata sobre el lecho seco del río de Sonora, en la época mencionada)



Además, mandó las protestas contra la declaración de ríos federales emitidas por los Ayuntamientos de Aconchi, Arizpe, Bacoachi, Banámichi, Baviácora, Cucurpe, Hermosillo, Horcasitas, Huépac, San Felipe y Ures.

Pero la decisión federal no obedecía a razonamientos sino a cuestiones políticas, y tampoco sirvió de nada, ya que en la respuesta se argumentaba: “Presentan largo curso de corriente permanente sólo interrumpida por tramos en virtud aprovechamiento agrícola de sus aguas que indudablemente desembocan en el mar … [agregando que] la mayor parte de las corrientes que corresponden a las vertientes del Pacífico y del Golfo, presentan tal analogía de condiciones con el mencionado río de Sonora, que obligaría… a abandonar toda jurisdicción sobre las corrientes en cuestión…” Es decir, se equiparaba a los ríos de la región tropical de la costa del Pacífico de nuestro país con los de la desértica de Sonora.

Vendría después la decisión de Carranza de destacar al Gral. Manuel M. Diéguez como Jefe de Operaciones Militares en el Noroeste para aplacar a los Yaquis, aunque como le informó el Gobernador, éstos se encontraban en paz, y agregó que estas fuerzas venían en realidad para deponerlo por sus simpatías hacia Obregón. Además, se quejaba contra la presencia de Diéguez, a quien los Yaquis tenían “marcada hostilidad” por considerarlo un traidor al acuerdo de paz que había hecho con ellos en 1915; eso provocaría que nuevamente se alzasen.

Carranza le respondió el día 9 que no tenía por qué explicarle sus acciones y que cualquier intento de interferir contra las fuerzas federales sería visto como rebelión. Un día después, el Congreso de Sonora le otorgaba al Gobernador poderes especiales para enfrentarse contra “el deliberado propósito de burlar nuestra soberanía.” Queda afuera de las metas de este artículo hacer la crónica de lo sucedido después: los sonorenses firmaron el Plan de Agua Prieta el 23 de abril y se levantaron en armas contra Carranza, quien fue muerto la noche del 21 de mayo de 1920 en Tlaxcalantongo, Puebla.

Después del triunfo del grupo sonorense, el nuevo Presidente Interino de México, el mismo Don Adolfo de la Huerta le comunicaba al nuevo Gobernador Interino del Estado, ya que De la Huerta aún era el Gobernador Constitucional con licencia que: “el río de Sonora es de carácter torrencial e intermitente… perdiéndose en los arenales de la costa antes de llegar al Golfo de California… [y por lo tanto] las aguas del mismo… forman parte integrante de las propiedades privadas que atraviesa y … son de utilidad pública, pero quedando el uso de ellas sujeto a las disposiciones que sobre el particular dicte el Estado de Sonora.”


(En la foto de arriba aparece el Presidente Adolfo de la Huerta (el civil vestido en obscuro en la primera fila) después del triunfo del Plan de Agua Prieta. Lo flanquean Benjamín Hill -izquierda- y Plutarco Elías Calles -derecha.)

Actualmente, el Artículo 27 ha sufrido 15 reformas, y su párrafo Quinto dos. Hoy, el río de Sonora y el de San Miguel han regresado a la Federación, siguiendo la intención de los Constituyentes de 1917 cuando establecieron que la Nación es la “propietaria original” de los recursos naturales del país; o en un sentido conceptual correcto, la Nación conserva el “dominio eminente” sobre los recursos de su territorio.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Preludio a la ascensión de Álvaro Obregón

El 27 de agosto de 1918, al ocurrir el incidente internacional que merecidamente le ha dado el título de Heroica a Nogales, Sonora, Álvaro Obregón se encontraba en San Francisco, California. Su casa en Nogales, en la que se habían quedado su esposa María Tapia y sus hijos, estaba ubicada (donde hoy está el cruce peatonal a Estados Unidos en la garita No 1) a unos pasos del escenario del incidente internacional, y fue blanco de incontables disparos estadounidenses. Al concluir el ataque, Ezra M. Lawton, Cónsul de Estados Unidos en Nogales, Sonora, se llevó a la familia de Obregón a Nogales, Arizona, a que esperara en la casa del padre de Doña María a que se serenara la situación (en la foto de abajo, que ve hacia Nogales, Arizona, aparece la casa de Obregón en el extremo izquierdo de la imagen, mientras que la frontera corre de izquierda a derecha).




Obregón había escogido a Nogales para vivir desde su renuncia a la Secretaría de Guerra del gobierno de Venustiano Carranza, y aquí había iniciado varios negocios; además, en junio de ese año, a iniciativa del Presidente Municipal, Félix B. Peñaloza, al constituirse la Junta Permanente de Mejoras de Nogales, había sido escogido como su primer Presidente. Por eso, al regresar a Nogales debió recordar con afecto al sacrificado Presidente Municipal.

El mundo estaba entonces inmerso en la Primera Guerra Mundial, lo que llevó a Estados Unidos a incrementar sus medidas de seguridad, así como a intentar descubrir tendencias pro alemanas en los políticos de otros países, y los revolucionarios de México no se quedaron atrás: algunos estadounidenses confundían entonces al nacionalismo mexicano como pro alemán y después lo interpretarían como pro comunista. Pero no nos adelantemos…

Amaneciendo el 11 de noviembre sonaba en la vecina población la sirena de los bomberos acompañada de balazos: se celebraba el armisticio que daba fin a la Primera Guerra Mundial, firmado ese día en Compiegne, Francia, “a la onceava hora del onceavo día del onceavo mes.”

Empezando 1919, Nogales Arizona ya había iniciado su transformación económica al aproximarse el final de la etapa bélica de la revolución mexicana y el cierre del campamento militar, Stephen D. Little.

Charles Dumazert era dueño de La Ville de Paris, tienda de artículos de vestir que le vendería poco después a un recién emigrado de Ponevezh, Lituania, Hyman Capinski, quien cambió su apellido a Capin al llegar a América (En seguida aparece la Calle Morley, que se convertiría en el centro de la transformación económica de Nogales, Arizona).


Sin embargo, el evento más importante para el futuro del país ocurrió el 1 de junio de ese 1919, cuando Álvaro Obregón lanzó desde la entonces Villa de Nogales un manifiesto en el que exponía su análisis de la situación nacional al aproximarse la sucesión presidencial.

México estaba regido por dos partidos, decía, el Conservador y el Liberal, “el primero integrado por los grandes acaudalados, el alto clero y los extranjeros privilegiados; y el segundo por las clases trabajadoras: jornaleros, obreros, profesionales, agricultores, ganaderos e industriales en pequeño; constituyendo éste último grupo una verdadera mayoría de la familia mexicana.” Pero a pesar de ser mayoría el partido Liberal, no lograba el triunfo por sus disensiones internas. Esta situación auguraba un peligro enorme para México por la posibilidad de que resurgiera la violencia en las próximas elecciones. La solución, argumentaba Obregón, era ofrecerse como candidato a la Presidencia pero bajo la bandera de un nuevo partido que no estuviese regido por las disensiones. Así, a su candidatura debería acompañarse de “una nueva organización.”

Además, entendiendo perfectamente la importancia que tenían para el país las relaciones con la nación vecina, ya que precisamente para familiarizarse con los modos estadounidenses de vida y de ser había escogido a Nogales para vivir desde su renuncia a la Secretaría de Guerra, ahora proponía varios principios en lo internacional: la inviolabilidad de la soberanía mexicana y de las demás
naciones; el respeto a los derechos adquiridos en México por los extranjeros; facilitar la inversión de capitales foráneos “para el desarrollo y fomento de las riquezas naturales;” y reforzar las relaciones internacionales de México.

El Presidente Carranza, por otro lado, también había comprendido lo fundamental que era y es para México la nación vecina, y por eso escogió al Ing. Ignacio Bonillas para sucederle, ya que en él se manifestaba otra vertiente del entender a Estados Unidos. Bonillas había nacido en San Ignacio, Sonora, había cursado hasta la preparatoria en Tucsón y luego Ingeniería de Minas en el Tecnológico de Boston,
para después regresar a Sonora en donde fue Perito de Minas en los Distritos de Magdalena, Altar y Arizpe; Prefecto en los de Magdalena y Arizpe; Presidente Municipal de Magdalena y de Nogales, y Diputado Local de 1911 a 1913. Al sobrevenir la revolución, Carranza lo escogió para que dirigiera dos Secretarías, de Fomento, y de Comunicaciones y Obras Públicas. Después asumiría la posición que tenía entonces: Embajador de México en Estados Unidos, en cuyo desempeño había logrado solucionar armónicamente los problemas suscitados entre ambas naciones por la revolución, la nueva Constitución, el Villismo y la Primera Guerra Mundial.

Por eso es que regresando la contienda presidencial que se avecinaba, podemos asegurar que en Obregón y Bonillas prometían competir dos visiones diferentes de la relación de México con los Estados Unidos, aunque nunca sabremos cómo se habría desarrollado ésta de haber ganado Bonillas la Presidencia de México…