Ya hablamos de los hechos durante esa primera fase de la revolución Constitucionalista que va desde la toma de Nogales por Obregón, el 13 de marzo de 1913, hasta el rompimiento formal de Villa y Maytorena en contra de Carranza y demás Constitucionalistas.
Describimos parte de las biografías de los principales actores sonorenses de esa primera fase del Constitucionalismo hasta ese momento: Maytorena, Obregón y Elías Calles. Recuperamos las percepciones que les inspiró el Nogales de entonces a dos de nuestros grandes pensadores mexicanos: Martín Luis Guzmán y José Vasconcelos.
Falta, aún, que conozcamos a quienes cargaron sobre sus espaldas el peso verdadero de la revolución en esa primera fase: los soldados, muchos de ellos Yaquis y Mayos. Ellos fueron los actores de primer orden para el desarrollo de la contienda, no sólo en Sonora sino también en la campaña de la Costa del Pacífico mexicano que llevó al triunfo a Obregón con la rendición de la Cd. de México.
Tanto los Yaquis como los Mayos participaron en todas las facciones de los contendientes revolucionarios con la promesa de que les serían devueltas sus tierras al triunfo de esa facción. La colaboración o no con otros movimientos los había dividido desde la época del Porfirismo. Así, estaban los “yoris” que eran los no Yaquis o Yaquis que se habían pasado al bando opuesto, los “yoremes” o Yaquis independientes, y los “torocoyoris” o Yaquis traidores que informaban a las autoridades sobre las acciones de los Yaquis.
Los Yaquis habían utilizado Nogales desde la época del Porfirismo con dos fines: adquirir armamento en Arizona y defender su territorio ancestral del acoso de los invasores, y como refugio durante las épocas de éxodo.
Al norte de Nogales, Arizona, llegaron a establecer un pueblito en las cercanías del actual paso a desnivel de donde parte la carretera a Patagonia, lugar al que llamaron Nogalitos. Allí se sostenían vendiendo tortillas, alimentos y leña, así como unas cacerolitas en miniatura de barro, que hacían en el lugar. En mi casa guardan algunos de esos juguetes de aquella época. También en Tucsón fundarían varios pueblos, como Mesquital, Barrio Libre, Barrio Anita, Pascua, Tierra Floja, etc.
Durante el Maderismo, continuaría el contrabando de armas por los yaquis, como nos muestra un telegrama enviado unos días antes de la muerte de Madero, el 3 de febrero de 1913 por el entonces Comisario en Agua Prieta, Plutarco Elías Calles, al Gobernador Maytorena: “...hoy me participan que ayer cerca de Nogales fueron aprehendidos nueve yaquis al pasar la línea llevando bastante parque...” El día anterior, un cuerpo de 25 celadores al mando del Tte. Contreras encontró una partida de yaquis al oeste de Nogales, cerca del Cerro del Ruido, persiguiéndolos, aunque escaparon y reentraron a territorio arizonense, en donde las fuerzas estadounidenses los detuvieron cerca de Peña Blanca. Se les recogieron 9 rifles y 1,200 cartuchos. Las autoridades sonorenses intentaron, sin éxito, que les fueran entregados indios y armas, lo que “resultaría saludable para que no continúen impunemente proveyéndose en Arizona de pertrechos de guerra”.
Leyendo la biografía de uno de ellos, Rosalío Morales, nacido en La Colorada en 1896, nos ilustra lo sucedido entonces. “Lío”, como le llamaban, recordaría varios sucesos de su infancia en Hermosillo: “Tal vez el peor yori de todos fue Nicolás Lugo. Cuando veía una mujer Yaqui embarazada, le cortaba la panza, agarraba al bebé y los mataba a ambos. Fue muerto frente a sus propia casa en La Matanza una mañana por Julian Repamea.” También vería “las presentaciones de los domingos en la mañana en el Cuartel del Catorce … en donde los niños Yaquis eran mantenidos después de que sus padres habían sido muertos o deportados, antes de que los entregaran a los mexicanos como criados.”
(En seguida muestro una imagen interactiva del Cuartel del Catorce. Con el ratón puedes "voltear" a ver hacia otro lado, "caminar," alejarte y acercarte en la imagen. )
Hechos como éste llevaron a su familia al exilio en Arizona: corría el año de 1905, cuando “llegamos a Nogales ya tarde en la noche y nos fuimos inmediatamente a la frontera. Un acarreador nos llevó en seguida al pueblo Yaqui, unas tres millas al Este de Nogales, Arizona… [Poco después, Rosalío empezó a trabajar con un viejecito que] tenía seis burros, e íbamos a una montaña situada seis millas al Este de Nogales por leña. Nos tomaba dos días conseguir una carga. Cuando regresábamos él vendía la leña y entonces regresábamos por más…”
De Nogales, la familia se cambió a Barrio Anita en Tucsón mientras que en México estallaba la revolución maderista. Al triunfo de Madero, en Tucsón “mi padre hablaba con Yaquis que venían a comprar municiones, y le vino el deseo de regresar a Sonora a luchar contra los Mexicanos. Había empezado a luchar contra ellos a los diez años, y era capitán en el ejército Yaqui cuando salió a Arizona en 1904… [Así decidió regresar,] compró un rifle 30-30, tres cartucheras, y se fue a luchar contra los mexicanos. Estaba muy contento [aunque los del grupo] fueron capturados en un encuentro con americanos en Atascosa, antes de que salieran de Arizona. Primero fueron llevados a Nogales, luego a Tucsón y finalmente liberados.” Es posible que se tratara del mismo grupo que mencionaba Elías Calles en su telegrama.
Sería interminable narrar los incontables dramas de los Yaquis en sus exilios e intentos por recuperar su territorio, así como su participación en la revolución. Miles de dramas vividos por ellos colaboraron para formar nuestra realidad actual. Recordarlos es nuestro deber para recuperarnos a nosotros mismos.
domingo, 27 de junio de 2010
Los yaquis
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domingo, 20 de junio de 2010
Vasconcelos en Nogales
Y así, en esta ocasión le toca hablarnos de sus experiencias revolucionarias nogalenses a José Vasconcelos. En la segunda parte de sus memorias, “La Tormenta,” nos describe la primera ocasión en que estuvo en esta frontera, el 28 de julio de 1913 cuando, recordemos de un artículo anterior de esta serie, se realizó la reunión entre los revolucionarios para decidir el futuro de José María Maytorena y confirmarlo como Gobernador de Sonora o bien negarle esa posición:
“Llegamos a Nogales horas después de la Junta que absolvió a Maytorena de los cargos de sus enemigos y lo confirmó en el mando. Para asistir a dicha Junta, habían venido desde el sur a Nogales, muchos jefes. Entre todos, el que más pesaba era Obregón. A tal punto, que bastó con que él asumiera la defensa del Gobernador para que la discusión terminase y se disolviese la Asamblea al grito de ¡Viva Maytorena! … En Nogales me tocó alojarme en la misma alcoba con Miguel Alessio Robles.”
El edificio de este hospedaje compartido por Vasconcelos fue el hotel Escoboza, del que igualmente tratamos en el artículo anterior. Estaba ubicado del lado oriente de la Calle Elías, casi esquina con Internacional: construido a finales del Porfirismo y por lo tanto con sabor francés. Afortunadamente, todavía hoy continúa en pie, aunque se dedica a otros fines. Pero regresemos con Vasconcelos:
“Nos despertaron de mañana las cornetas de una compañía de yaquis que pernoctaba en los bajos del hotel. La impresión fue magnífica. Ya no éramos los perseguidos que despiertan sobresaltados. La fuerza que tocaba dianas estaba al servicio de la justicia y amparaba a los hombres honrados.”
En seguida, nos describe su primera impresión de Nogales:
“La noche anterior, había llegado tarde y no ví nada del pueblo. En vano buscaba las nogaleras que sin duda le habían dado nombre. Apenas uno que otro árbol en calles apartadas y el centro una fealdad sin alivio, casas pequeñas, de ladrillo, interiores sórdidos, polvo en todas partes, descuido, y no por pobreza, por incultura.”
Pero frente a este desorden del lado mexicano, Vasconcelos inmediatamente percibe el contraste de Nogales Arizona:
“El ejemplo del otro lado bien urbanizado, flamante, no había servido de nada en treinta años de Porfirismo. Toda la frontera era así un bochorno por el contraste, pero la explicación resultaba sencilla: del lado yankee nunca había habido Santa Anas, Napoleones, ni Porfirios Díaz, héroes de la paz… ni futuros Jefes máximos de ninguna revolución. Del otro lado sólo había autoridades electas regularmente y sujetas a responsabilidad, desde la más alta a la ínfima.”
No vayamos a engañarnos al leer ésto, creyendo que Vasconcelos admiraba lo estadounidense. Más bien, despreciaba la superficialidad del pochismo, su carencia de profundidad, su desnudez de cultura. Veía, además, a los revolucionarios fronterizos sonorenses como otra expresión de lo “pocho”:
“En lo que todo el grupo de Naco estaba de acuerdo es en que la revolución eran ellos; nada de Maytorena, un científico; nada de Madero, una víctima. La revolución llegaba ahora; apenas se deshicieran de Maytorena confiscarían a todos los “científicos” de Sonora; todo el que tenía algo era “científico.” Además, se traían una especie de doctrina que Roberto [Pesqueira] formuló en un artículo titulado “Los Hombres del Norte”. El centro, el sur de México, estaban degenerados por la indiada y la salvación dependía de los hombres de la frontera norte, portadores de la civilización….¿yankee?... El pochismo de Roberto, en realidad, no pasaba del gusto por la vida en el hotel de viajeros yankee, baño privado, comida de ración uniforme, de costa a costa; en vez de vino, agua helada y mucho aparato de ascensores y teléfonos… “
Y a propósito de la comida, Vasconcelos agrega en este volumen una frase sobre la supuestamente mexicana de Estados Unidos, servida muy “eficientemente” al presentar, revueltos “tamales con enchiladas, frijoles con carne, todo en un mismo plato.” Cabría agregar que afortunadamente no tuvo que probar esos platillos híbridos mexicanos contemporáneos en que la gelatina acompaña a los frijoles.
En los años siguientes, Vasconcelos destacaría como un gigante en la historia de la cultura del México postrevolucionario. En 1920 sería nombrado Rector de la Universidad Nacional de México, y de entonces data su lema: “Por mi raza hablará el espíritu.” Le seguiría su enorme desempeño como Secretario de Educación, cuando promovió el mundialmente famoso movimiento artístico nacional posrevolucionario, del que el muralismo aún hoy es ícono nacional.
Después vendrían años de exilio, expatriaciones de las que casi siempre regresaba a México por aquí, por Nogales. De estas ocasiones, la más importante ocurrió el 10 de noviembre de 1928, cuando volvió al país a iniciar, en esta frontera, su campaña por la presidencia de la república. En su discurso al llegar a Nogales, percibiendo que ya era hora del rescate de la esencia de lo nacional, dijo: “La revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus.” Sin embargo, en las elecciones Elías Calles desató en su contra una terrible campaña para impedirle el triunfo, y el electo fue Pascual Ortiz Rubio, a quien el saber popular apodaría “el nopalito.”
“Llegamos a Nogales horas después de la Junta que absolvió a Maytorena de los cargos de sus enemigos y lo confirmó en el mando. Para asistir a dicha Junta, habían venido desde el sur a Nogales, muchos jefes. Entre todos, el que más pesaba era Obregón. A tal punto, que bastó con que él asumiera la defensa del Gobernador para que la discusión terminase y se disolviese la Asamblea al grito de ¡Viva Maytorena! … En Nogales me tocó alojarme en la misma alcoba con Miguel Alessio Robles.”
El edificio de este hospedaje compartido por Vasconcelos fue el hotel Escoboza, del que igualmente tratamos en el artículo anterior. Estaba ubicado del lado oriente de la Calle Elías, casi esquina con Internacional: construido a finales del Porfirismo y por lo tanto con sabor francés. Afortunadamente, todavía hoy continúa en pie, aunque se dedica a otros fines. Pero regresemos con Vasconcelos:
“Nos despertaron de mañana las cornetas de una compañía de yaquis que pernoctaba en los bajos del hotel. La impresión fue magnífica. Ya no éramos los perseguidos que despiertan sobresaltados. La fuerza que tocaba dianas estaba al servicio de la justicia y amparaba a los hombres honrados.”
En seguida, nos describe su primera impresión de Nogales:
“La noche anterior, había llegado tarde y no ví nada del pueblo. En vano buscaba las nogaleras que sin duda le habían dado nombre. Apenas uno que otro árbol en calles apartadas y el centro una fealdad sin alivio, casas pequeñas, de ladrillo, interiores sórdidos, polvo en todas partes, descuido, y no por pobreza, por incultura.”
Pero frente a este desorden del lado mexicano, Vasconcelos inmediatamente percibe el contraste de Nogales Arizona:
“El ejemplo del otro lado bien urbanizado, flamante, no había servido de nada en treinta años de Porfirismo. Toda la frontera era así un bochorno por el contraste, pero la explicación resultaba sencilla: del lado yankee nunca había habido Santa Anas, Napoleones, ni Porfirios Díaz, héroes de la paz… ni futuros Jefes máximos de ninguna revolución. Del otro lado sólo había autoridades electas regularmente y sujetas a responsabilidad, desde la más alta a la ínfima.”
No vayamos a engañarnos al leer ésto, creyendo que Vasconcelos admiraba lo estadounidense. Más bien, despreciaba la superficialidad del pochismo, su carencia de profundidad, su desnudez de cultura. Veía, además, a los revolucionarios fronterizos sonorenses como otra expresión de lo “pocho”:
“En lo que todo el grupo de Naco estaba de acuerdo es en que la revolución eran ellos; nada de Maytorena, un científico; nada de Madero, una víctima. La revolución llegaba ahora; apenas se deshicieran de Maytorena confiscarían a todos los “científicos” de Sonora; todo el que tenía algo era “científico.” Además, se traían una especie de doctrina que Roberto [Pesqueira] formuló en un artículo titulado “Los Hombres del Norte”. El centro, el sur de México, estaban degenerados por la indiada y la salvación dependía de los hombres de la frontera norte, portadores de la civilización….¿yankee?... El pochismo de Roberto, en realidad, no pasaba del gusto por la vida en el hotel de viajeros yankee, baño privado, comida de ración uniforme, de costa a costa; en vez de vino, agua helada y mucho aparato de ascensores y teléfonos… “
Y a propósito de la comida, Vasconcelos agrega en este volumen una frase sobre la supuestamente mexicana de Estados Unidos, servida muy “eficientemente” al presentar, revueltos “tamales con enchiladas, frijoles con carne, todo en un mismo plato.” Cabría agregar que afortunadamente no tuvo que probar esos platillos híbridos mexicanos contemporáneos en que la gelatina acompaña a los frijoles.
En los años siguientes, Vasconcelos destacaría como un gigante en la historia de la cultura del México postrevolucionario. En 1920 sería nombrado Rector de la Universidad Nacional de México, y de entonces data su lema: “Por mi raza hablará el espíritu.” Le seguiría su enorme desempeño como Secretario de Educación, cuando promovió el mundialmente famoso movimiento artístico nacional posrevolucionario, del que el muralismo aún hoy es ícono nacional.
Después vendrían años de exilio, expatriaciones de las que casi siempre regresaba a México por aquí, por Nogales. De estas ocasiones, la más importante ocurrió el 10 de noviembre de 1928, cuando volvió al país a iniciar, en esta frontera, su campaña por la presidencia de la república. En su discurso al llegar a Nogales, percibiendo que ya era hora del rescate de la esencia de lo nacional, dijo: “La revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus.” Sin embargo, en las elecciones Elías Calles desató en su contra una terrible campaña para impedirle el triunfo, y el electo fue Pascual Ortiz Rubio, a quien el saber popular apodaría “el nopalito.”
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domingo, 13 de junio de 2010
Martín Luis Guzmán en Nogales
Hasta ahora, hemos visto la importancia y función que tuvo la frontera de Nogales para la revolución. Hemos también conocido a los actores principales de este drama, en esta serie que presento a propósito del centenario de la revolución mexicana. Pero no hemos saboreado el momento, el instante fugaz; como tampoco hemos entendido la revolución nogalense desde la perspectiva del hecho cotidiano: el comer, el dormir, las manifestaciones personalistas, etc.
En esta ocasión le dedico el espacio de este artículo a este tema, y qué mejor que a través de cuando uno de sus actores, Martín Luis Guzmán, se incorporó a la revolución constitucionalista, precisamente aquí, en Nogales a fines de 1913, momento cuya crónica nos dejó en su obra, “El Aguila y la Serpiente.”
Leamos: “Ya había anochecido cuando Alberto J. Pani y yo llegamos a Nogales. En la estación –feo cobertizo semejante a los que acabábamos de ver en el largo trayecto arizonense, sólo que aquí con la peculiar pátina mexicana- nos esperaban varios amigos y amigos de amigos….” Esta estación era un edificio de madera, situado casi adyacente a la frontera, a un lado de la vía. Alberto Pani, por otro lado, sería después tío de Mario Pani, cuya firma de arquitectos diseñó, cuando las remodelaciones del PRONAF, la puerta de México, situada a unos pasos, e igual realizó la nueva urbanización nogalense que distingue actualmente a Nogales.
Pero acompañemos a Guzmán al hotel nogalense: “Atravesamos una calle y caminamos un tramo de otra: ya estábamos en el hotel. La puerta daba a un pasillo que se convertía, por el fondo, en escalera… Una figura conocida apareció en lo alto y se mantuvo allá, con los brazos abiertos, durante todo el tiempo que nosotros empleamos en subir: era Isidro Fabela... se fueron abriendo las puertas de los cuartos y empezaron a salir por ellas hombres de la Revolución: salió Adolfo de la Huerta; salió Lucio Blanco; salieron Ramón Puente, Salvador Martínez Alomía, Miguel Alessio Robles y otros muchos…”
Hay que recordar que el arroyo de Nogales no atravesaba entonces por allí, y que este hotel, en un edificio que todavía existe en Elías e Internacional, llevaba como nombre el apellido de su dueño, Gustavo Escoboza, quien después sería Alcalde nogalense.
Los recién llegados se lavaron, cambiaron y dirigieron a ser presentados ante Carranza, quien despachaba en el edificio de la Presidencia Municipal, en la esquina de Campillo y Juárez, en donde actualmente se encuentra Correos. Después, esperaron que se desocupara para acompañarlo a cenar, según costumbre cotidiana de los revolucionarios de entonces en Nogales.
Para matar el tiempo, Guzmán salió del salón y se ocupó en explorar el edificio bajo la ténebre luz de un foco que apenas iluminaba la noche. Caminando casi a obscuras por el corredor que rodeaba un patio central, se dirigió a la parte más obscura del mismo. Allí alcanzó a ver que “la sombra de un hombre, apoyada en la sombra de un poste, se mantenía inmóvil. La curiosidad me empujó a aproximarme más: la sombra no se movió. Entonces volví a pasar, esta vez más cerca y mirando todavía, aunque aún de reojo, más insistentemente. La sombra era de un hombre gallardo. Un rayo de luz, al darle en la orilla del ala del sombrero, mordía en su silueta un punto gris. Tenía doblado sobre el corazón uno de los brazos, apoyada en el puño la barbilla, y el antebrazo derecho cruzado encima del otro. Por la postura de la cabeza comprendí que el hombre estaba absorto en la contemplación de los astros: la luz estelar le caía sobre la cara y se la iluminaba con tenue fulgor.
-Buenas noches. ¿Quién es?
-Un viejo conocido, general. ¿O me engaño acaso? ¿No hablo con el general Felipe Angeles?
Angeles era, en efecto.”
Conversaron un corto tiempo, y luego fueron interrumpidos. Carranza había terminado sus asuntos pendientes y se dirigía a cenar al edificio de la Aduana, ubicado en la contraesquina.
“La cena, excelente por sus manjares e interesantísima por los individuos que ponía en contacto…” La plática de sobremesa, ilustradora de individualidades, derivó en el tema sostenido por Carranza: “la superioridad de los ejércitos improvisados y entusiastas sobre los que se organizan científicamente,” aunque esta opinión no era compartida, por supuesto, por el gran estratega que fue el Gral Felipe Angeles, alumno de las mejores escuelas militares de Europa.
“Carranza, empero, que solía mostrarse tan autócrata en la charla como en todo lo demás, interrumpió sin ningún miramiento a su Ministro de la Guerra (Felipe Angeles) y concluyó de plano, sin apelación, como Primer Jefe, con un juicio absoluto: “En la vida, general –dijo-, sobre todo para el manejo de los hombres y su gobierno, la buena voluntad es lo único indispensable y útil.” Angeles dio un nuevo sorbo a su taza de café y no añadió una sílaba. Los demás guardamos silencio… ¿Se quedará esto así? –pensé.”
Dejó Guzmán pasar unos minutos, y al hacerse abrumador el silencio no aguantó, rompiéndolo: “-¡Lo que son las cosas! –dije sin ambages y mirando con fijeza hasta el fondo de los ojos dulzones del Primer Jefe-. Yo pienso exactamente lo contrario que usted… Creo con pasión, quizás por venir ahora de las aulas, en la técnica y en los libros, y detesto las improvisaciones… Estimo, en todo caso, que para México, políticamente, la técnica es esencial en estos tres puntos fundamentales: en Hacienda, en Educación Pública y en Guerra… Don Venustiano me sonrió con aire protector, tan protector que al punto comprendí que no me perdonaría nunca mi audacia.”
Ese gesto de Carranza, augurio de la cárcel a que lo condenaría Carranza, llevaría a Luis Guzmán a afiliarse al Villismo y convertirse en su agente confidencial; pero también publicó después, además de esta obra que nos ocupa actualmente, otros clásicos como “La Sombra del Caudillo” y “Memorias de Pancho Villa,” asi como se convirtió en uno de los mayores periodistas de México. Además fue político y Embajador de México en las Naciones Unidas.
En esta ocasión le dedico el espacio de este artículo a este tema, y qué mejor que a través de cuando uno de sus actores, Martín Luis Guzmán, se incorporó a la revolución constitucionalista, precisamente aquí, en Nogales a fines de 1913, momento cuya crónica nos dejó en su obra, “El Aguila y la Serpiente.”
Leamos: “Ya había anochecido cuando Alberto J. Pani y yo llegamos a Nogales. En la estación –feo cobertizo semejante a los que acabábamos de ver en el largo trayecto arizonense, sólo que aquí con la peculiar pátina mexicana- nos esperaban varios amigos y amigos de amigos….” Esta estación era un edificio de madera, situado casi adyacente a la frontera, a un lado de la vía. Alberto Pani, por otro lado, sería después tío de Mario Pani, cuya firma de arquitectos diseñó, cuando las remodelaciones del PRONAF, la puerta de México, situada a unos pasos, e igual realizó la nueva urbanización nogalense que distingue actualmente a Nogales.
Pero acompañemos a Guzmán al hotel nogalense: “Atravesamos una calle y caminamos un tramo de otra: ya estábamos en el hotel. La puerta daba a un pasillo que se convertía, por el fondo, en escalera… Una figura conocida apareció en lo alto y se mantuvo allá, con los brazos abiertos, durante todo el tiempo que nosotros empleamos en subir: era Isidro Fabela... se fueron abriendo las puertas de los cuartos y empezaron a salir por ellas hombres de la Revolución: salió Adolfo de la Huerta; salió Lucio Blanco; salieron Ramón Puente, Salvador Martínez Alomía, Miguel Alessio Robles y otros muchos…”
Hay que recordar que el arroyo de Nogales no atravesaba entonces por allí, y que este hotel, en un edificio que todavía existe en Elías e Internacional, llevaba como nombre el apellido de su dueño, Gustavo Escoboza, quien después sería Alcalde nogalense.
Los recién llegados se lavaron, cambiaron y dirigieron a ser presentados ante Carranza, quien despachaba en el edificio de la Presidencia Municipal, en la esquina de Campillo y Juárez, en donde actualmente se encuentra Correos. Después, esperaron que se desocupara para acompañarlo a cenar, según costumbre cotidiana de los revolucionarios de entonces en Nogales.
Para matar el tiempo, Guzmán salió del salón y se ocupó en explorar el edificio bajo la ténebre luz de un foco que apenas iluminaba la noche. Caminando casi a obscuras por el corredor que rodeaba un patio central, se dirigió a la parte más obscura del mismo. Allí alcanzó a ver que “la sombra de un hombre, apoyada en la sombra de un poste, se mantenía inmóvil. La curiosidad me empujó a aproximarme más: la sombra no se movió. Entonces volví a pasar, esta vez más cerca y mirando todavía, aunque aún de reojo, más insistentemente. La sombra era de un hombre gallardo. Un rayo de luz, al darle en la orilla del ala del sombrero, mordía en su silueta un punto gris. Tenía doblado sobre el corazón uno de los brazos, apoyada en el puño la barbilla, y el antebrazo derecho cruzado encima del otro. Por la postura de la cabeza comprendí que el hombre estaba absorto en la contemplación de los astros: la luz estelar le caía sobre la cara y se la iluminaba con tenue fulgor.
-Buenas noches. ¿Quién es?
-Un viejo conocido, general. ¿O me engaño acaso? ¿No hablo con el general Felipe Angeles?
Angeles era, en efecto.”
Conversaron un corto tiempo, y luego fueron interrumpidos. Carranza había terminado sus asuntos pendientes y se dirigía a cenar al edificio de la Aduana, ubicado en la contraesquina.
“La cena, excelente por sus manjares e interesantísima por los individuos que ponía en contacto…” La plática de sobremesa, ilustradora de individualidades, derivó en el tema sostenido por Carranza: “la superioridad de los ejércitos improvisados y entusiastas sobre los que se organizan científicamente,” aunque esta opinión no era compartida, por supuesto, por el gran estratega que fue el Gral Felipe Angeles, alumno de las mejores escuelas militares de Europa.
“Carranza, empero, que solía mostrarse tan autócrata en la charla como en todo lo demás, interrumpió sin ningún miramiento a su Ministro de la Guerra (Felipe Angeles) y concluyó de plano, sin apelación, como Primer Jefe, con un juicio absoluto: “En la vida, general –dijo-, sobre todo para el manejo de los hombres y su gobierno, la buena voluntad es lo único indispensable y útil.” Angeles dio un nuevo sorbo a su taza de café y no añadió una sílaba. Los demás guardamos silencio… ¿Se quedará esto así? –pensé.”
Dejó Guzmán pasar unos minutos, y al hacerse abrumador el silencio no aguantó, rompiéndolo: “-¡Lo que son las cosas! –dije sin ambages y mirando con fijeza hasta el fondo de los ojos dulzones del Primer Jefe-. Yo pienso exactamente lo contrario que usted… Creo con pasión, quizás por venir ahora de las aulas, en la técnica y en los libros, y detesto las improvisaciones… Estimo, en todo caso, que para México, políticamente, la técnica es esencial en estos tres puntos fundamentales: en Hacienda, en Educación Pública y en Guerra… Don Venustiano me sonrió con aire protector, tan protector que al punto comprendí que no me perdonaría nunca mi audacia.”
Ese gesto de Carranza, augurio de la cárcel a que lo condenaría Carranza, llevaría a Luis Guzmán a afiliarse al Villismo y convertirse en su agente confidencial; pero también publicó después, además de esta obra que nos ocupa actualmente, otros clásicos como “La Sombra del Caudillo” y “Memorias de Pancho Villa,” asi como se convirtió en uno de los mayores periodistas de México. Además fue político y Embajador de México en las Naciones Unidas.
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domingo, 6 de junio de 2010
Pugnas revolucionarias y el Sitio de Naco
Ya vimos en artículos anteriores de esta serie que escribo a propósito del Centenario de la Revolución, cómo se fueron definiendo las dos facciones de los revolucionarios sonorenses durante esos primeros meses del movimiento constitucionalista, en 1913 y 1914: por un lado Plutarco Elías Calles y por el otro José María Maytorena. Esta contienda fue un reflejo de otra mayor que se daba simultáneamente en el ámbito nacional: por un lado Venustiano Carranza y por el otro Francisco Villa, pugna cuyos detalles quedan más allá del alcance de esta serie para poder cubrirlos.
Bajo este escenario, mientras Villa tomaba la estratégica Ciudad de Zacatecas en un sangriento combate estos días hace 96 años, el 23 de junio de 1914, victoria que llevó a la renuncia de Victoriano Huerta, al mismo tiempo, aquí en Nogales se realizaban distintas reuniones, las que también he descrito anteriormente, que intentaban resolver el creciente conflicto interno, el cisma revolucionario, aunque no llevaron a nada. La pugna interna siguió creciendo en Sonora.
Los días 5 al 7 de septiembre venía a Nogales el Gral. Felipe Angeles a conferenciar en privado con el Gobernador Maytorena, como igualmente hemos visto, y aunque no sepamos lo que acordaron entonces, los hechos nos lo indican: el 23 de septiembre Francisco Villa desconocía a Venustiano Carranza, y en la misma fecha Maytorena hacía lo propio, acusando a Carranza de intentar perpetuarse en el poder político del país bajo el argumento de que “las situaciones revolucionarias no son situaciones constitucionales.”
Vendría después la Convención de Aguascalientes, apoyada por Villa, Zapata y Maytorena, y opuesta por los Constitucionalistas, entre el 10 de octubre y 9 de noviembre, la que eligió a Eulalio Gutiérrez como Presidente de México en sustitución de Carranza, hecho que llevó a la escisión nacional entre Constitucionalistas y Convencionistas, mientras que aquí, en Sonora, después del desconocimiento de Carranza, la contienda entre Maytorena y Calles también se declaraba abiertamente.
Por entonces, Calles se había retirado de Nogales siguiendo las órdenes de Obregón y se había dirigido a Naco. Allí lo fue a enfrentar el 4 de octubre el Gral. Francisco Urbalejo al mando de tropas maytorenistas, y aunque realizó varios asaltos contra esa población, no tuvo éxito. En esta situación se encontraba, cuando llegó un enviado de la Convención de Aguascalientes, quien hizo cesar las hostilidades. Sin embargo, el armisticio no duró. Un día después de terminar la Convención, el 10 de noviembre se rompían nuevamente las hostilidades en Naco, que se encontraba defendida por Benjamín Hill.
El sitio de esa población por Maytorena continuó en una situación indefinida durante esos meses, y no fue sino hasta el 11 de enero de 1915, cuando por mediación del Gral. Hugh L. Scott, que había sido enviado por el presidente estadounidense, Woodrow Wilson, se llegó al acuerdo de que ambas facciones se retiraran de Naco, el cual “quedará neutral y cerrado al tráfico y al comercio, así como su Aduana, hasta que pueda tomar posesión de él un Gobierno constituido en México y reconocido, al menos, por los Estados Unidos o que una de las facciones contendientes en el Estado, domine completa y substancialmente a la otra.”
Coincidentemente con este acuerdo, el 1 de enero de 1915 era establecida la Ley Seca en Arizona, o sea la prohibición de consumir o comercial bebidas alcohólicas en el Estado vecino, lo que llevó a la apertura de varias cantinas más en Nogales, Sonora.
Para Marzo, Maytorena se apoderaba nuevamente de Naco, mientras que en Julio, Calles, que tenía su base en Agua Prieta, se lo arrebataba nuevamente. Así pasaron los días de ese verano de 1915 en contiendas recurrentes, aquí en Sonora entre Calles y Maytorena y en lo nacional entre los Constitucionalistas y los Convencionistas, como manifestación bélica de aquel escenario revolucionario indeciso aún sobre cuál de los distintos proyectos ideológicos sobre el futuro debería tomar México, tema que tocaré en mi siguiente entrega.
Aquí, en Nogales, Maytorena ordenó en agosto la construcción de una cerca fronteriza para evitar conflictos internacionales, y un mes después ocurría otro enfrentamiento más, al Este de Nogales, sobre el río Santa Cruz, entre el actual Mascareñas y San Lázaro, en el que nuevamente las fuerzas de Maytorena y las de Calles midieron sus fuerzas, con el resultado de que Maytorena desalojó a Calles de ese valle.
En esta acción de guerra participaría bajo la bandera de las tropas Constitucionalistas un joven que con el tiempo sería Presidente de México, Lázaro Cárdenas, y en la misma también fue herido el entonces Tte. Crnl. Cruz Gálvez en una lomita situada cerca del poblado de San Lázaro, y como recompensa por su valentía pocos días después fue ascendido a Coronel, aunque falleció en Agua Prieta el 6 de octubre. En su honor, como ya sabemos, Elías Calles estableció la Escuela para los huérfanos de la revolución, a la que le dio el nombre del fallecido, y en el lugar en que fue herido se ordenó la erección de un monumento que actualmente ya casi ha desaparecido con el paso inexorable del tiempo, que poco a poco va borrando las huellas de lo sucedido en nuestro ayer.
Bajo este escenario, mientras Villa tomaba la estratégica Ciudad de Zacatecas en un sangriento combate estos días hace 96 años, el 23 de junio de 1914, victoria que llevó a la renuncia de Victoriano Huerta, al mismo tiempo, aquí en Nogales se realizaban distintas reuniones, las que también he descrito anteriormente, que intentaban resolver el creciente conflicto interno, el cisma revolucionario, aunque no llevaron a nada. La pugna interna siguió creciendo en Sonora.
Los días 5 al 7 de septiembre venía a Nogales el Gral. Felipe Angeles a conferenciar en privado con el Gobernador Maytorena, como igualmente hemos visto, y aunque no sepamos lo que acordaron entonces, los hechos nos lo indican: el 23 de septiembre Francisco Villa desconocía a Venustiano Carranza, y en la misma fecha Maytorena hacía lo propio, acusando a Carranza de intentar perpetuarse en el poder político del país bajo el argumento de que “las situaciones revolucionarias no son situaciones constitucionales.”
Vendría después la Convención de Aguascalientes, apoyada por Villa, Zapata y Maytorena, y opuesta por los Constitucionalistas, entre el 10 de octubre y 9 de noviembre, la que eligió a Eulalio Gutiérrez como Presidente de México en sustitución de Carranza, hecho que llevó a la escisión nacional entre Constitucionalistas y Convencionistas, mientras que aquí, en Sonora, después del desconocimiento de Carranza, la contienda entre Maytorena y Calles también se declaraba abiertamente.
Por entonces, Calles se había retirado de Nogales siguiendo las órdenes de Obregón y se había dirigido a Naco. Allí lo fue a enfrentar el 4 de octubre el Gral. Francisco Urbalejo al mando de tropas maytorenistas, y aunque realizó varios asaltos contra esa población, no tuvo éxito. En esta situación se encontraba, cuando llegó un enviado de la Convención de Aguascalientes, quien hizo cesar las hostilidades. Sin embargo, el armisticio no duró. Un día después de terminar la Convención, el 10 de noviembre se rompían nuevamente las hostilidades en Naco, que se encontraba defendida por Benjamín Hill.
El sitio de esa población por Maytorena continuó en una situación indefinida durante esos meses, y no fue sino hasta el 11 de enero de 1915, cuando por mediación del Gral. Hugh L. Scott, que había sido enviado por el presidente estadounidense, Woodrow Wilson, se llegó al acuerdo de que ambas facciones se retiraran de Naco, el cual “quedará neutral y cerrado al tráfico y al comercio, así como su Aduana, hasta que pueda tomar posesión de él un Gobierno constituido en México y reconocido, al menos, por los Estados Unidos o que una de las facciones contendientes en el Estado, domine completa y substancialmente a la otra.”
Coincidentemente con este acuerdo, el 1 de enero de 1915 era establecida la Ley Seca en Arizona, o sea la prohibición de consumir o comercial bebidas alcohólicas en el Estado vecino, lo que llevó a la apertura de varias cantinas más en Nogales, Sonora.
Para Marzo, Maytorena se apoderaba nuevamente de Naco, mientras que en Julio, Calles, que tenía su base en Agua Prieta, se lo arrebataba nuevamente. Así pasaron los días de ese verano de 1915 en contiendas recurrentes, aquí en Sonora entre Calles y Maytorena y en lo nacional entre los Constitucionalistas y los Convencionistas, como manifestación bélica de aquel escenario revolucionario indeciso aún sobre cuál de los distintos proyectos ideológicos sobre el futuro debería tomar México, tema que tocaré en mi siguiente entrega.
Aquí, en Nogales, Maytorena ordenó en agosto la construcción de una cerca fronteriza para evitar conflictos internacionales, y un mes después ocurría otro enfrentamiento más, al Este de Nogales, sobre el río Santa Cruz, entre el actual Mascareñas y San Lázaro, en el que nuevamente las fuerzas de Maytorena y las de Calles midieron sus fuerzas, con el resultado de que Maytorena desalojó a Calles de ese valle.
En esta acción de guerra participaría bajo la bandera de las tropas Constitucionalistas un joven que con el tiempo sería Presidente de México, Lázaro Cárdenas, y en la misma también fue herido el entonces Tte. Crnl. Cruz Gálvez en una lomita situada cerca del poblado de San Lázaro, y como recompensa por su valentía pocos días después fue ascendido a Coronel, aunque falleció en Agua Prieta el 6 de octubre. En su honor, como ya sabemos, Elías Calles estableció la Escuela para los huérfanos de la revolución, a la que le dio el nombre del fallecido, y en el lugar en que fue herido se ordenó la erección de un monumento que actualmente ya casi ha desaparecido con el paso inexorable del tiempo, que poco a poco va borrando las huellas de lo sucedido en nuestro ayer.
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