viernes, 10 de diciembre de 2010

El México posrevolucionario

Después de Lázaro Cárdenas, México entra a la etapa posrevolucionaria. Las características principales de este periodo son que el Estado va a ir rigiendo o dictando cada vez en menor grado el camino que tome en lo político y económico la nación.

En lo inmediato, las realidades y necesidades de la participación tanto de México como de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, y sus consecuencias, van a definir el desarrollo de la economía nacional.

Al primer periodo, que va de 1940 a 1970, se le llama el del Desarrollo Estabilizador. Este lo abarcan las presidencias de Manuel Avila Camacho (1940 a 1946), Miguel Alemán Valdés (1946 a 1952), Adolfo Ruiz Cortines (1952 a 1958) y Adolfo López Mateos (1958 a 1964). Es el periodo durante el cual el crecimiento económico nacional alcanza un enorme nivel, la balanza económica nacional se encuentra en equilibrio, y gradualmente el país va alcanzando la preeminencia iberoamericana en el concierto universal.

Sin embargo, el siguiente periodo presidencial, de Gustavo Díaz Ordaz (1964 a 1970), marca el rompimiento de este modelo. Su ícono lo constituye la rebelión estudiantil de 1968, que muestra el hastío de las clases medias (los estudiantes) con el camino que ha seguido el país.

De 1970 a 1985 seguirá el modelo de Desarrollo Compartido, en el que utilizando políticas de dispendio público, el Estado intenta promover el desarrollo económico de los desposeídos. En sexenios se traduce en los gobiernos de Luis Echeverría (1970 a 1976), José López Portillo (1976 a 1982) y Miguel De la Madrid (1982 a 1988). En su inicio, se intenta financiar el crecimiento nacional a través de los ingresos petroleros, aunque el derrumbe de los precios del petróleo durante el gobierno de López Portillo lleva al traste con el modelo, y en el siguiente periodo presidencial no se ha ideado aún la solución a los problemas del país.

Vendrá después la década de 1990, en la que el país se rige bajo el Consenso de Washington, y el Estado adopta el Neoliberalismo como modelo económico nacional. En términos presidenciales corresponde a los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari (1988 a 1994) y Ernesto Zedillo (1994 a 2000).

Y ya más recientemente, se da la transición política hacia la derecha, bajo un modelo económico neoliberalista. Corresponde a los gobiernos de Vicente Fox Romero (2000 a 2006) y Felipe Calderón Hinojosa.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Resumen General, 1920 a 1940.- El periodo de las pugnas ideológicas de la revolución


Si bien el periodo de luchas bélicas de la revolución en México duró diez años, de 1910 a 1920, el de las contiendas ideológicas duraría veinte, de 1920 a 1940. Este último inició con el ascenso de Obregón a la presidencia de la nación, cuando nuestro país aún no sabía si seguir el camino de los caudillos o el de las instituciones.

Obregón, caudillo, planteó, al menos en la proclama de Nogales que lanzó su candidatura en 1919, la necesidad de formar organismos políticos nacionales. Entendía como expresión nacional ideológica de su momento a dos principios, el conservador y el liberal. Y proponía la libre participación de ambos, en contienda abierta.

Vino después su presidencia, seguida de la de Plutarco Elías Calles, quien días después de su toma de posesión reconoció que “el movimiento revolucionario ha entrado en su fase constructiva” y así fue cómo se dio a la tarea de iniciar la reconstrucción económica nacional, aunque en lo ideológico la nación se agitaba entre varios problemas: la pugna religiosa, iniciada por el mismo Calles, quien intentó imponer su visión jacobina a la nación, y por el otro la enorme proliferación de partidos políticos, miles en realidad en el país, que tejían y entretejían la enorme y compleja madeja política nacional de acuerdo con circunstancias electorales momentáneas, muchas de ellas regionales.

Bajo este panorama transcurrió el cuatrienio de Plutarco Elías Calles, y en su informe final, después del asesinato del presidente reelecto, Alvaro Obregón, Calles dijo que la nación debía ya: “pasar de una vez por todas de la condición histórica del país de un hombre a la de nación de instituciones y de leyes” y agregó unos párrafos que casi han quedado olvidados en nuestros días de su mensaje final, proponiendo permitir “a la reacción política y clerical” la discusión abierta, a “la lucha de ideas.” Meses después sería integrado el Partido Nacional Revolucionario, cuyo primer presidente sería el mismo Calles. 

En la presidencia de la república, a Calles le sucedería un interregno de seis años, hasta 1934. Y fue precisamente durante este periodo cuando el PNR lanzó la candidatura de Pascual Ortiz Rubio, que tuvo como contendiente al más grande filósofo que haya visto la época contemporánea de nuestro país, José Vasconcelos, quien a su llegada a México desde el exilio para iniciar su campaña política, pronunció, aquí en Nogales precisamente, la frase de que "la revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus." Sin embargo, esa candidatura fue acremente combatida por el gobierno de Calles con encarcelamientos, persecuciones y muertes como la masacre de Topilejo, con el resultado oficial de 1.8 millones de votos de Ortiz contra 106,000 de  Vasconcelos, y así asumió Ortiz la presidencia.

Sin embargo, los problemas en la sucesión presidencial indicaban que el poder de Calles iba menguando, hasta que finalmente Lázaro Cárdenas se encargó de deshacerse del callismo en 1936. Después terminaría la contienda religiosa, para en seguida dar comienzo a una campaña nacional de redistribución de la tierra y de recuperación para el país de los recursos del subsuelo, siendo el petróleo el de mayor impacto.

Sin embargo, al final de su sexenio dio marcha atrás debido a la conjunción de factores opuestos a su política ideológica. Por ejemplo, para deshacerse de los callistas, Cárdenas había tenido que aliarse con grupos regionales conservadores, “saltimbanques y girasoles” como les llamaría alguien, quienes únicamente se subieron al carro cardenista por conveniencia personal, y al aproximarse el final del sexenio quienes lo habían sostenido cambiaron de bandera, amenazando con destruir la obra de Cárdenas.

Como nos recuerda Alan Knight: “Entre 1938 y 1940, enfrentándose a series dificultades económicas y retos políticos, la administración dio marcha atrás.” En lo político, en 1939, ya a finales del sexenio de Lázaro Cárdenas, se había integrado el Partido Acción Nacional; mientras que en lo económico, el ejido colectivo fallaba debido a la corrupción gubernamental, a la vez que los ferrocarriles nacionalizados habían sufrido un desastroso accidente en abril de 1939 que llevó a la renuncia en masa del Consejo de Administración de los Ferrocarriles, seguida de la del dirigente sindical ferroviario. Sin embargo, posiblemente el principal signo del viraje ideológico lo provocó la solución de la disputa de la compañía ASARCO, la principal compañía minera del país. Para entonces, los ingresos nacionales petroleros y de minería habían sufrido una enorme caída por las políticas nacionalistas del país, y fue entonces que el gobierno cardenista promovió una solución amigable a los intereses de ASARCO. La razón: esta compañía realizaba adelantos en los pagos de sus impuestos al gobierno mexicano, ingresos que ayudaban mucho a la apretada situación financiera del país.

Así fue cómo Cárdenas escogió al moderado Manuel Avila Camacho para que le sucediera, cuando todos pensaban que el elegido sería Francisco Múgica, quien comulgaba con las políticas redistributivas del mismo Cárdenas.

De esta manera, el mismo Cárdenas se encargó de terminar con la política que él mismo había impuesto. Posiblemente quien mejor haya descrito lo que vino después sea Alan Knight, quien lo ha resumido así: “Después de 1940, las instituciones claves del cardenismo –el ejido y la educación socialista, la CTM, la CNC y PRM; Pemex y los Ferrocarriles Nacionales- a duras penas cumplían las esperanzas de la década de mediados de los 1930; ni tampoco, para ponerlo de otra manera, cumplieron los temores de los hombres de negocios y conservadores. El cascarón institucional del cardenismo permaneció, aunque su dinámica interna se había perdido. En otras palabras, la carreta había sido secuestrada por nuevos choferes quienes regresaron la máquina, subieron a gente nueva, y se dirigieron en una dirección totalmente distinta.”

viernes, 19 de noviembre de 2010

Resumen General, 1910 a 1920.- El Periodo Bélico de la Revolución Mexicana

¿Cómo entender a la revolución? La revolución mexicana, con o sin mayúsculas, para sus apologistas y detractores. El movimiento social que definió al país durante el siglo XX y lo preparó, también, para el XXI. En estos dos artículos concluyo la serie que inicié, hace ya un año y gracias al espacio que amablemente me concedió este diario, como mi conmemoración del centenario de su inicio.

¿Cómo entenderla? La mejor forma de asomarse a ella es recorriendo las etapas por las que pasó; es seguirla a través de su infancia, de su adolescencia y madurez hasta su muerte. Eso veremos en éste y el siguiente artículo.

La revolución mexicana nació en 1910 con el movimiento de Francisco Ignacio Madero. Esta fue una gestación totalmente inesperada, seguida del nacimiento de un México continuación y a la vez rompimiento de su cordón umbilical con el pasado, un parto que nadie esperaba que tendría éxito. La caída de Díaz fue totalmente insospechada y así subió al poder Madero.

Durante esta primera etapa, Nogales casi no sintió la transición, el Nogales porfirista y el de Madero se confundieron en un continuo en el que no hubo algún parteaguas apreciable.

Pero luego vino la traición de Victoriano Huerta y el asesinato de Madero, y así se abrió la caja de Pandora; los demonios salieron de sus cárceles y los cuatro jinetes del Apocalípsis se lanzaron sobre el país. Y durante esta etapa la frontera adquirió un poder que no había tenido durante el maderismo. Las razones: la frontera fuente telegráfica de las noticias, la frontera donde se podía adquirir armamento a cambio de ganado y productos embargados a los sonorenses; la frontera donde se  podía buscar asilo en caso de derrota o legitimación en caso del triunfo.

Así fue cómo el primer combate del Constitucionalismo contra la usurpación de Huerta ocurrió precisamente aquí, en Nogales, el 13 de marzo de 1913, fecha cabalística si las hay, fecha que inicia el ambiguo proceso de la apertura del camino revolucionario que al inicio únicamente intentaba vengar la muerte de Madero, pero que se convirtió en pugna entre reivindicaciones sociales insatisfechas y la necesidad de reconstruir la economía nacional a través de conseguir la armonía entre los dispares intereses de clases en conflicto.

Así, Carranza inició su gobierno aquí, primero en Nogales y luego en Hermosillo, cuando Sonora le abrió sus puertas al paria que arriesgaba todo por lograr construir un nuevo México. Y desde aquí partió el Cuerpo revolucionario de Obregón que fue conquistando la costa del Pacífico mexicano hasta lograr entrar a la Ciudad de México.

Y después de la conquista de la Cd. de México vino la peor etapa de la revolución, la fase armada, la pugna entre el Constitucionalismo que intentaba construir un México urbano moderno por un lado, que se enfrentaba al Villismo afloramiento de mestizajes norteños que buscaban la reivindicación del agrarismo mestizo, aunado al Zapatismo que intentaba lo mismo, pero para los indígenas desposeídos durante décadas, ¿qué digo décadas? Por siglos de abandono. Es decir, la pugna pero a la vez confluencia de ansiedades de ser, de necesidades ancestrales insatisfechas de formas distintas de vivir, aunque también de fórmulas divergentes, de soluciones sobre cómo sería el México del siglo XX. Y aquí fallaron los agrarismos de Villa y de Zapata cuando no se unieron éstos contra el naciente urbanismo de Carranza, y con ello sellaron su suerte final.

Pero mientras, tras la conquista de la Ciudad de México por el Carrancismo, vinieron la Convención de Aguascalientes y la de Querétaro, seguidas de la promulgación de una nueva Constitución, triunfos temporales del Villismo y Zapatismo contra el constitucionalismo, aunque al fin asumió el poder nacional Venustiano Carranza, y por un tiempo el héroe invicto de la revolución, Álvaro Obregón, fue su Secretario de Guerra.

Y al aproximarse la fecha de la sucesión presidencial de 1920, Álvaro Obregón renunció a la Secretaría y regresó a Sonora. Y coincidentemente escogió también a Nogales para preparar su campaña presidencial, y desde aquí, de Nogales, lanzó su candidatura presidencial, y propuso a la nación una fórmula urbana para el México del futuro.

Vino después el Plan de Agua Prieta de los sonorenses, plan que desconocía al gobierno de Carranza, seguido de la huida del varón de Cuatro Ciénegas y el incidente de Tlaxcalantongo que selló su suerte y al mismo tiempo el ascenso al poder nacional de Obregón, y así llegó éste a ocupar la silla presidencial, a imponer la otra visión del nuevo México, la fórmula urbana, y con su triunfo concluía la etapa armada de la revolución e iniciaba la contienda ideológica.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El Sexenio de Lázaro Cárdenas

Hay que entender el primer periodo presidencial de seis años en México, de Lázaro Cárdenas (1934 – 1940), analizando sus etapas.

La primera, fue deshacerse de los callistas en 1935 y 36; después, se dedicó a solucionar el problema religioso en 1937, acompañada de la distribución agraria, para continuar con la nacionalización del petróleo en 1938 y terminar el sexenio con la preparación de la sucesión presidencial.

Como vimos en los artículos anteriores de esta serie, Plutarco Elías Calles había conservado el poder político en México desde 1924, y al tomar posesión Lázaro Cárdenas todo hacía suponer que continuaría ejerciéndolo.

Las versiones varían acerca de los detalles del inicio del rompimiento entre Cárdenas y Calles, aunque todo derivó de la agitación obrera que promovían entonces la Confederación General de Obreros y Campesinos de México, dirigida por Vicente Lombardo Toledano, y el grupo capitaneado por los “cinco lobitos” como se les llamaba, dirigidos por Fidel Velázquez. 

Entre diciembre del 34 y mayo del 35 habían estallado más de 500 huelgas en el país. Bajo este escenario de inestabilidad se desarrolló la primera conversación entre Cárdenas y Calles a mediados de 1935, en la que Cárdenas le informó que les iba a jalar las riendas a los obreros rebeldes. Al escucharlo, Calles le respondió al presidente que no le convenía quedar al descubierto con declaraciones contra el movimiento obrero, y se ofreció a hacerlas él mismo, oferta que, como nos recuerda Enrique Krauze, “Cárdenas permitió de mil amores.”

En junio de ese 1935 se publicaban las declaraciones de Calles en las que decía que el país requería de armonía obrera y acusaba a quienes promovían las constantes huelgas de “ingratitud” cuando bloqueaban el progreso de la nación al  inclinarse por la división del país. Cárdenas dejó pasar unos días y en seguida lanzó una declaración en la que aseguraba, “jamás he aconsejado divisiones.” En seguida, le pidió la renuncia a su gabinete, la mayoría callistas, e integró uno nuevo. Después reemplazó a los gobernadores callistas del país, 14 en total, entre ellos el de Sonora, Ramón Ramos, y finalmente ordenó la expulsión del país del mismo Calles en abril de 1936. Así terminó la influencia de Calles en México.

Vendría después la solución al problema religioso en 1937, tema que ya he cubierto en un artículo anterior, al que acompañaría el reparto agrario de su gobierno, iniciado en 1936 con el de la región de la Laguna, 243 mil Has para 28 mil campesinos, seguido del de la región henequenera de Yucatán , 360,000 Has para 34 mil campesinos; continuaría con el Valle de Mexicali, región desarrollada por la Colorado Land and River Company, 167 mil Has; aunque su mayor expropiación ocurrió en el Noroeste del país, iniciada el 27 de octubre de 1937 al entregarles la margen izquierda del río Yaqui a ejidatarios mestizos y blancos y restituirles la margen derecha a los Yaquis. Así comenzó la redistribución de la tierra del Yaqui y el Mayo entre 1937 y 1940, un total de más de medio millón de Hectáreas.

Al terminar su presidencia, Cárdenas había redistribuido en el país más de  20 millones de Hectáreas a 811,157 individuos siguiendo principalmente la fórmula de los ejidos colectivos. Para 1940, los ejidos cubrían alrededor del 47% de la tierra cultivable de la nación, que si comparamos con la superficie que había sido distribuida para 1930, menos del 15%, nos daremos cuenta de la magnitud del reparto agrario cardenista. Este tema es muy complejo y requeriría, para apenas esbozar sus detalles, de espacios que aquí no disponemos.

Otro de sus grandes logros, aunque no radicado en lo material, fue el asilo que les dio México a miles de refugiados españoles, víctimas de la Guerra Civil Española. Una consecuencia de este asilo fue que entre los refugiados llegaron a México los más preclaros cerebros españoles, científicos, filósofos, profesionistas. Como ejemplo de la aportación que le dieron a nuestro país, estuvo la creación de la Casa de España, que poco después se convertiría en el Colegio de México. Uno de los centros de pensamiento más destadados no únicamente México sino a nivel mundial.

Vendría después el considerado hoy como mayor logro de la presidencia de Cárdenas, la expropiación petrolera, el 18 de marzo de 1938. Los eventos que culminaron con ésta son de sobra conocidos. Las compañías petroleras, extranjeras, tenían una perspectiva radicalmente opuesta a la del gobierno nacionalista mexicano. Desde su punto de vista, el petróleo era suyo, mientras que la Constitución de 1917 sostenía que los recursos del subsuelo, el petróleo entre otros, le pertenecían a la nación. Cárdenas definió de una vez por todas esta situación al hacer valer la Constitución mexicana y recuperar para la nación el petróleo mexicano.

Y así, llegamos a los últimos dos años de ese sexenio, periodo que Jean Meyer ha resumido magistralmente: “Cárdenas elije como sucesor a Avila Camacho, a su derecha. La transición había comenzado en 1938, el tono había bajado, se consolidaban las ganancias adquiridas sin seguir más adelante, la productividad y la industrialización prevalecían sobre la reforma agraria, la lucha social había sido reemplazada por la unidad nacional.” Todo, como antesala de la Segunda Guerra Mundial y la entrada de México a la etapa posrevolucionaria.



domingo, 14 de noviembre de 2010

Los gobiernos de 1928 a 1934

Al concluir la presidencia de Plutarco Elías Calles (1924-1928), el ex presidente Álvaro Obregón lanzó su candidatura para sucederle, reeligiéndose. Y aunque resultó ganador, en un banquete en el restaurante de La Bombilla fue asesinado el 17 de julio de 1928. Su muerte desató, en palabras del politólogo Arnaldo Córdova, “el evento más decisivo del desarrollo político de México en la época posrevolucionaria.”

El presidente electo, Álvaro Obregón, durante el banquete de la Bombilla

En su último informe a la nación, el 1 de septiembre siguiente, el Presidente Elías Calles inició con una apología de Alvaro Obregón y en seguida dijo: “quizá por primera vez en su historia se enfrenta México con una situación en la que la nota dominante es la falta de “caudillos”,  [lo que] debe permitirnos orientar definitivamente la política del país por rumbos de una verdadera vida institucional, procurando pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y de leyes.

Tres días después reunía en el Castillo de Chapultepec a treinta generales, a quienes les dijo que el lanzamiento de la candidatura presidencial de un militar únicamente conduciría a mayores conflictos, y el 25 de septiembre la Cámara de Diputados escogía a un civil, el Secretario de Gobernación, Emilio Portes Gil, como presidente interino del país, mientras que el 2 de diciembre era publicado en los principales periódicos del país un manifiesto que informaba la integración del Partido Nacional Revolucionario (PNR).

Emilio Portes Gil, presidente de México de 1928 a 1930

Portes Gil tomó posesión, y en febrero de 1929 se reunía en Querétaro el PNR, a la vez que lanzaba la candidatura de Pascual Ortiz Rubio a la presidencia de la nación. Simultáneamente, en Sonora explotaba una rebelión encabezada por el obregonista, Gral José Gonzalo Escobar, la que logró inicialmente muchos avances, aunque finalmente fue derrotada en mayo. Un mes después eran anunciados los acuerdos que concluían el conflicto cristero.

Durante su campaña, Ortiz Rubio tuvo como contendiente a José Vasconcelos, quien al iniciar la suya aquí, en Nogales, había pronunciado aquella frase: “La revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus.” Obviamente, su popularidad era muy superior a la de Ortiz Rubio, aunque los ataques del gobierno a favor del último, como la matanza de Topilejo, llevaron a un conteo oficial de más de 1.8 millones de votos de Ortiz contra 106,000 de  Vasconcelos, y así asumió Ortiz la presidencia.

Pascual Ortiz Rubio, presidente de 1930 a 1932

De cualquier manera, un atentado en su contra al iniciar su gobierno le ocasionó un deterioro gradual de salud, aunado a la constante interferencia de Calles (sólo en 1931 Calles organizó dos reuniones de Secretarios sin la presencia del presidente). Esto llevó a su renuncia el 4 de septiembre de 1932. Su mayor logro había sido la aprobación de la Ley Federal del Trabajo.

Abelardo Rodriguez Lujan, presidente de 1932 a 1934

Le sucedería Abelardo Rodríguez (1932 a 1934), durante cuyo gobierno se aprobó el Código Agrario, se estableció el Salario Mínimo, extendió el periodo presidencial a 6 años a partir del siguiente, y atacó la gran depresión con políticas económicas deficitarias Keynesianas, contra la doctrina de su ministro de Hacienda, el callista Alberto Pani, que abogaba por presupuestos balanceados. Esto llevó a la dimisión de Pani, hecho que fue visto como el primer ataque a la hegemonía de Calles.

Otro de los grandes renglones gubernamentales, el de la educación, era dirigido por otro callista, el Secretario Narciso Bassols, quien en 1933 hizo un llamado radical por la que llamó “educación socialista,”  entendiéndola como el rechazo de la educación religiosa y promoción de la educación sexual, aunque sin basarse en la justicia social  ni mucho menos en el materialismo dialéctico propuesto por Marx o Engels. Como nos recuerda Victoria Lerner, una educación socialista era incongruente en un país que se encaminaba directamente hacia el capitalismo.

La protesta fue generalizada en el país, aunada a la promulgación de la Encíclica papal “Acerba animi” que atacaba directamente esta política gubernamental. Ambos llevaron en mayo del 34 a la renuncia de Bassols, aunque el mismo Plutarco Elías Calles pidió la continuación de la campaña antirreligiosa, que a su vez desembocó en otro levantamiento armado cristero que, aunque no tan intenso como el anterior, de cualquier manera causó derramamiento de sangre y polarización social.

Al acercarse las elecciones federales destacaban dos contendientes: Manuel Pérez Treviño y Lázaro Cárdenas, aunque el elegido fue el segundo. Entre diciembre del 33 y julio del 34, Cárdenas realizó una campaña recorriendo todas las ciudades y poblados del país, buscando la relación personal, directa con los mexicanos. Su relación con Calles se remontaba a 1915, durante las campañas militares de Sonora contra Villa en Nogales, Buenavista, Paredes, Naco y Agua Prieta. Todo auguraba la continuación de la hegemonía callista sobre México… 


domingo, 7 de noviembre de 2010

La persecución religiosa durante el gobierno de Elías Calles

Y así llegamos al tema más fragoso de esta serie: la persecución religiosa durante el periodo revolucionario, cuyo clímax ocurrió durante el gobierno del Presidente Plutarco Elías Calles.  

Y aunque este espacio no me permite describir su desarrollo histórico completo, debo explicar que sus orígenes se remontan a la segunda  mitad del siglo XVIII, durante la Ilustración, cuando inició el conflicto entre los poderes de la Iglesia y de los nacientes Estados seculares. 

Posteriormente, el conflicto se expresa en México durante la época del Liberalismo a través de la Constitución de 1857, y aún después, el Porfirismo diseñaría un “modus vivendi” en el que el Estado voltaba la cabeza a otro lado al momento de hacer cumplir la Constitución del 57 en cuestiones eclesiales, ignorando las violaciones a ésta. 

Sin embargo, cuando estalla la Revolución Mexicana, el Estado revolucionario buscó tomar las riendas de la espiritualidad social, no únicamente en el campo de las artes sino también en el de la cultura y la religión, y así se reanudó la pugna secular-religiosa.

Aquí, en Sonora, el conflicto inició durante la gubernatura de Plutarco Elías Calles cuando éste ordenó, el 16 de marzo de 1916, la expulsión inmediata de todos los sacerdotes del Estado y el cierre de los templos, entre ellos el nogalense de la Purísima Concepción, que fue clausurado. No sería sino hasta 1918 cuando permitió la entrada temporal de sacerdotes al Estado a realizar servicios religiosos, y en abril de 1919 firmó un decreto que establecía una cuota de un sacerdote por cada diez mil habitantes: 26 en total para todo Sonora. Para entonces, había sido promulgada la Constitución nacional de 1917, que en sus artículos tercero y ciento treinta reforzaba la separación Iglesia –Estado, además de la preponderancia del poder secular sobre el religioso. 

 El segundo periodo de crisis entre ambos poderes tuvo sus antecedente más claro en 1925, cuando un grupo de hombres armados de la C.RO.M. se presentaron en el templo de La Soledad de Santa Cruz, de la Cd. de México, acompañando a dos sacerdotes,  José Joaquín Pérez y  Luis Manuel Monge y se apoderaron del templo. Debido a las protestas y hechos violentos que provocó esta situación, el 24 de Febrero el Presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) declaró expropiado el templo de La Soledad, al que destinó para biblioteca, y entregó a los cismáticos el templo de Corpus Christi en la avenida Juárez, frente a la Alameda, el que había sido expropiado mucho antes: Ahí inició el "Patriarca" Pérez la que llamó Iglesia Católica Apostólica Mexicana. 

Poco después, ya en 1926, el periódico El Universal publicó unas declaraciones que había realizado el Arzobispo de México, José Mora del Río:

“La doctrina de la Iglesia es invariable, porque es la verdad divinamente revelada. La protesta que los prelados mexicanos formulamos contra la Constitución de 1917 en los artículos que se oponen a la libertad y dogmas religiosos, se mantiene firme. No ha sido modificada sino robustecida, porque deriva de la doctrina de la Iglesia. La información que publicó El Universal de fecha 27 de enero en el sentido de que emprenderá una campaña contra las leyes injustas y contrarias al Derecho Natural, es perfectamente cierta. El Episcopado, clero y católicos, no reconocemos y combatiremos los artículos 3o., 5o., 27 y 130 de la Constitución vigente. Este criterio no podemos, por ningún motivo, variarlo sin hacer traición a nuestra Fe y a nuestra Religión”.

Estas declaraciones que, aunque el mismo Mora del Río declaró que eran extemporáneas,  llevaron al Presidente Plutarco Elías Calles a reglamentar esos artículos de la Constitución, y el 2 de julio fue promulgada la conocida como Ley Calles, que ordenaba el cierre de todos los monasterios y conventos, la expropiación de algunos templos, y la expulsión de más de 200 sacerdotes y monjas extranjeros. Estas disposiciones llevaron, a su vez, a que los Obispos emitieran una pastoral suspendiendo el culto a partir del 31 de julio, cuando entraría en vigor la ley Calles. Unas semanas después iniciaba una insurrección, la Guerra Cristera, que duraría tres años y abarcaría principalmente los Estados de Jalisco, Colima y Michoacán, mientras que en lo político vendría la reelección de Álvaro Obregón, su asesinato, y el gobierno provisional de Emilio Portes Gil (1928-1930).

Durante el periodo de este último, a instancias del Embajador Estadounidense, Dwight Morrow, se llegó a un acuerdo, el 21 de junio de 1929, entre el Presidente y el Obispo de Michoacán, Leopoldo Ruiz Flores, por el que terminó la guerra cristera. El Estado conservó el status prebélico y la Iglesia reanudó el culto.
Finalmente, el tercer periodo de suspensión de cultos inició, aquí en Sonora, en 1931 bajo la gubernatura de Rodolfo Elías Calles Chacón (1931-1935). En noviembre de 1931 ordenó reducir el número de sacerdotes a uno por cada 20 mil habitantes y así quedaron 16 sacerdotes para administrar más de 90 templos católicos en Sonora; gran cantidad de templos fueron clausurados, santos quemados, y los sacerdotes tuvieron que acudir a la clandestinidad para oficiar.

Entre 1933 y 34, al menos 26 iglesias y capillas católicas y protestantes sonorenses pasaron a propiedad de sindicatos y de otras organizaciones. La de Magdalena y la catedral de Hermosillo corrieron esta suerte, y el de La Purísima Concepción de Nogales fue clausurado nuevamente; mientras, el Estado organizaba actos dominicales que pretendían reemplazar los oficios religiosos por actividades culturales para controlar la mente juvenil. 

El templo de Magdalena, durante la época en que estuvo clausurado y convertido en oficinas.

Poco después, miembros de la sociedad se organizaron en oposición al gobierno conforme se aproximaban las elecciones para renovación de Gobernador, aunque resultó electo Ramón Ramos, un Callista. En lo nacional, afloró entonces la pugna entre el nuevo Presidente, Lázaro Cárdenas (1934-1940), y Elías Calles, quien había conservado el control nacional detrás de bambalinas.

En Sonora, Pablo Rebeil en el Distrito de Altar, y José María Suárez en el de Magdalena, se levantaron en armas en octubre de 1935 contra el gobernador Ramos, lo que aprovechó Cárdenas para hacer desaparecer los poderes del Estado y extirpar a los callistas en Sonora. Además, en abril de 1936 desterró al expresidente Elías Calles del país. Seguiría la reanudación de cultos, y el 1 de junio de 1937 fueron reabiertos los templos católico y metodista de Nogales, y así terminó el conflicto.

Estos breves párrafos bosquejan los principales hechos de la negociación entre el Estado y la Sociedad, con la intermediación de la Iglesia, en la definición de las reglas de interacción Estado-Sociedad en lo religioso durante el régimen posrevolucionario; pero también, nos muestran el acotamiento del poder secular sobre la espiritualidad mexicana, que estableciera entonces la sociedad del país.

martes, 2 de noviembre de 2010

El cuatrienio de Plutarco Elias Calles

El cuatrienio de Plutarco Elías Calles (1924-1928), que sucedió al de Obregón, fue continuación de los principales intereses del obregonista, aunque también constituyó una reorientación ideológica. Antes de tomar posesión, Calles visitó Europa y Estados Unidos, aunque su principal centro de inspiración fueron los logros sociales de la Alemania interbélica, de los que copiaría muchas instituciones para establecer en México. 

Plutarco Elías Calles (izquierda), y Alvaro Obregón (derecha) durante la toma de posesión del primero.
La ceremonia de su toma de posesión, el 1 de diciembre de 1924, ocurrió en el nuevo Estadio Nacional. Así reconocía, como nos recuerda don José Valadés, la nueva: “edad de las multitudes; pues si éstas no iban a gobernar al país, sí estaban llamadas a fundar una fuerza oficial, útil tanto en las maniobras como en las finalidades del gobierno nacional.” Es decir, a falta de una clase social que dirigiera a México en el progreso material posrevolucionario, el Estado asumiría esa función aunque utilizaría a las clases sociales marginadas para mantenerse en el poder.

El primer Secretario de Hacienda callista, Alberto Pani, se encargaría de lo financiero asistido por el joven Manuel Gómez Morín. El 7 de enero de 1925 era promulgada la Ley General de Instituciones de Crédito y días después la Comisión Nacional Bancaria, seguida de la primera Convención Nacional Fiscal, en la que Gómez Morín prometió “en unos días más fundar el crédito público en México.” Y así fue: el 1 de septiembre abría sus puertas el Banco de México.

Sin embargo, no se podía desarrollar la economía nacional sin buenas comunicaciones, por lo que el gobierno federal decidió construir carreteras y ferrocarriles; entre ellos, en 1927, el ferrocarril que unía a Nogales con Guadalajara.

Otro de los principales renglones de atención callista fue la educación, aunque aquí, Nogales se adelantaría a esta tendencia nacional. El 18 de mayo de 1924 era abierta la Biblioteca Pública y en junio la escuela nocturna para adultos de ambos sexos; estas dos actividades dirigidas por Luis y Emélida Carrillo, así como Natalia Suárez, quienes después de haber estudiado la secundaria en Los Ángeles decidieron regresar a Nogales y enseñarle a “las masas populares” algo de lo que habían aprendido.

Además, en abril de 1926 se acordó iniciar la construcción de una nueva escuela en la Buenos Aires, la actual Enrique Quijada, y para julio ponía el ayuntamiento en marcha una acción coordinada para dotar a Nogales de más aulas escolares: cedió la Melchor Ocampo para instalar allí la escuela Tipo de Hermosillo, mientras que la Melchor Ocampo fue cambiada a la Colonia Moderna; además, se compró la casa de Lelevier en la Loma de la Cruz (la Pierson, arriba del cerro) para adaptarla como escuela primaria federal urbana, que fue inaugurada el 22 de febrero de 1927 con el nombre de Francisco I. Madero.

En lo nacional, este proyecto educativo callista tuvo aciertos y desaciertos. En lo segundo, le dedicó especial atención a la educación indígena fundando la Casa del Estudiante Indígena, aunque desafortunadamente con un error de principio: según Calles, ésta serviría para: “ofrecerle al indio la oportunidad de que se convierta en hombre verdadero,” entendiendo como verdadero su homogenización cultural a través de la enseñanza del Español, Historia, Geografía, Higiene, Deportes, etc.  La idea era que al concluir sus estudios, los indígenas regresaran a sus lugares de origen a retransmitir lo aprendido, aunque ninguno regresó y la Casa cerró en 1932.

En lo internacional, el embajador estadounidense acusaba en 1925 al régimen callista de bolchevique por sus intentos de rescatar al petróleo para desarrollar al país, y la situación se agravó el 26 por el apoyo que le dio el régimen callista al movimiento de Sacasa en Nicaragua, en contra del protegido estadounidense, Adolfo Díaz. Así, la relación con Estados Unidos se fue agravando día con día, hasta que la gente de Luis Morones interceptó y publicó algunos documentos oficiales estadounidenses en los que se analizaba una futura intervención militar en México. El escándalo obligó a la nación vecina a recular, y a que su Embajador fuera reemplazado por Dwight Morrow, un banquero de la casa de J.P. Morgan.

Morrow realizó un viraje radical en las relaciones estadounidenses con México bajo la tesis de que:  "Nuestro primer trabajo en México, como medio para subsanar las dificultades entre los dos países, es poner a México sobre sus propios pies, económicamente hablando, y darle un gobierno fuerte, porque a pesar de lo que las juntas de reclamaciones o las cortes internacionales decidan, y a pesar de lo que concedan, las dificultades continuarán mientras este país tenga un gobierno débil y continúe siendo insolvente"

Como nos dice Jean Meyer: “Tomó al secretario de Hacienda [Montes de Oca, que había sustituido a Pani] bajo su protección, le instruyó acerca de cuestiones hacendarias, convidándolo a comer por lo menos dos veces a la semana y durante ese tiempo hablaban de las cuestiones económicas de México.” Además, cuando el secretario intentó dedicar buena parte de los recursos adquiridos por el país para pagar la deuda exterior, el mismo Morrow lo disuadió, advirtiéndole: "México es como cualquier otro negocio que apenas comienza. Si al conseguirlo, el pequeño sobrante se emplea en repartir dividendos en vez de reinvertirlo en el negocio, nunca se llega a ninguna parte; del mismo modo, si todo el sobrante se emplea en pagar los bonos de la deuda externa, México nunca podrá desarrollar sus recursos. El quid está en emplear cada centavo en desarrollar y poner al país sobre sus propios pies, especialmente construyendo caminos."

y así se hizo. Faltaba por resolver el problema religioso, pero este tema requiere de todo un artículo que presentaré después.

domingo, 24 de octubre de 2010

La presidencia de Álvaro Obregón

Y así, regresamos a la crónica revolucionaria después de esta  digresión de varios artículos para analizar el impacto de la revolución sobre las finanzas públicas, la economía y la sociedad durante esa década de 1910 a 1920.

Antes, en esta serie habíamos cubierto el lanzamiento de la campaña presidencial de Álvaro Obregón, el 1 de junio de 1919 desde aquí, Nogales, seguido del asedio de Venustiano Carranza al gobierno de Sonora, encabezado por Adolfo de la Huerta. Este provocó, a su vez, el Plan de Agua Prieta y la muerte de Carranza, todo en la primera mitad de 1920.

Seguiría el interinato en la Presidencia del mismo De la Huerta, durante el cual Obregón desarrollaría su campaña por la presidencia de México, en la que diría en un discurso en Yucatán: “Vamos a mostrarle al mundo que, o bien somos capaces de reconstruir el país que hemos semi destruido para guiarlo por nuevos caminos, o que únicamente somos capaces de destruir sin construir el país del futuro.”

Por entonces, Nogales seguía el proyecto de construcción de un nuevo México: el primer día de 1920 era promulgada la ley número 23 que elevaba a la categoría de ciudad a esta población. Y como signo del desarrollo de la nueva ciudad, también por entonces la calle Vázquez fue abierta hacia el Oeste, al igual que la calle de la Cañada de Los Locos hacia el Este, que para enero de 1921 había sido rebautizada como Buenos Aires. Además, se extendió la tubería de agua potable a lo largo de la cañada de los Héroes hasta el panteón y se consiguió un préstamo de $2,000 dólares para conectar el drenaje al de la población vecina.

Pero regresando al nivel nacional, la elección de Obregón como presidente de la república implicó un rediseño de su función revolucionaria: si hasta entonces había sido invicto guerrero, ahora se dedicaría a la consolidación ideológica revolucionaria y la reconstrucción nacional. Sólo faltaba por ver cómo los realizaría.

(Arriba aparece Alvaro Obregón en el centro inferior de la imagen. A la izquierda, Plutarco Elías Calles, y en la esquina superior izquierda Luis N. Morones)

En uno de los principales renglones, la educación, Obregón supo delegar en una persona de ideas, en José Vasconcelos, la conducción cultural de la nación. Sí. Sabía que él, aunque agudo y con una memoria fotográfica,  no había dedicado su vida a entender la cultura e historia de nuestra nación, es decir, era pragmático, no ideólogo. Por eso le encargó esa tarea a un filósofo como Vasconcelos. Y aunque a veces dudó de las acciones vasconcelistas, a fin de cuentas lo dejó hacer con el resultado de que la herencia que dejó ese periodo en las misiones culturales, en el muralismo, en la música, en la educación y en las ideas mexicanas aún no ha sido rebasada.

En las relaciones laborales, su gobierno reconoció las huelgas, siempre que fueran promovidas por la CROM, dirigida por Luis N. Morones; en el reparto de la tierra, otra de las banderas sociales revolucionarias, se realizó la mayor redistribución hasta entonces, casi un millón de hectáreas, aunque como nos recuerda el Dr. Ignacio Almada: “en Sonora se contó con una estabilidad que favoreció el desarrollo de la empresa privada… Militares/negociantes y empresarios locales –algunos emparentados- empezaron a hacerse de propiedades, de ranchos, en especial a fincar empresas y a aprovechar las oportunidades para asociarse con inversionistas estadounidenses, inhibiendo el desarrollo de un agrarismo radical… [Para lograrlo, se] impulsó el crecimiento económico de los valles del Yaqui y Mayo con inversiones públicas y privadas…”

Finalmente, en las relaciones internacionales, Obregón se enfrentó durante su presidencia a un cuchillo de doble filo: por un lado, hacer cumplir el artículo 27 de la Constitución, que le otorgaba a la nación los bienes del subsuelo -el petróleo en particular-, aunque por otro lado estaba la necesidad de conseguir el reconocimiento de Estados Unidos a su gobierno, reconocimiento que éste condicionaba a que México abandonara sus pretensiones nacionalistas en relación con el petróleo y le exigía el pago de la deuda externa del país. Este tema es muy complejo y requiere que le dedique todo un artículo. De cualquier manera, a través de los Tratados de Bucareli de 1923, Obregón validó las pretensiones estadounidenses y a cambio obtuvo el reconocimiento que buscaba, lo que le aseguró el apoyo estadounidense durante la rebelión Delahuertista de finales de 1923 y principios del 24.

Como dice Enrique Krauze: “En su haber podía ostentar la obra educativa, ciertos avances fiscales y hacendarios, un tono tensamente conciliatorio con la iglesia y un apoyo moderado a las demandas obreras y campesinas. Pero a su cargo los enemigos señalaban la transacción con Estados Unidos, la centralización política, el ahogo de los partidos en la Cámara y la traición a su propio manifiesto de junio de 1919”, manifiesto con que había iniciado su carrera política aquí, en Nogales.

lunes, 18 de octubre de 2010

La Minería en Sonora y la revolución

En estos artículos más recientes de la serie a propósito del Bicentenario y Centenario me he detenido temporalmente a cubrir temas  relacionados con la afectación social y económica ocasionada por el movimiento armado durante la década de 1910 a 1920. Esto, como prólogo para tocar después la siguiente etapa, el periodo de estabilización revolucionaria.

En esta ocasión escribiré sobre uno de los grandes ejes económicos del Porfirismo, la minería –el otro lo fueron los ferrocarriles- renglón de capital importancia en Sonora, y en particular tocaré los efectos que tuvo la revolución sobre la minería de nuestro Estado.

Se tiene la idea de que los ideales de la revolución perturbaron profundamente a la minería sonorense, cuya inversión era principalmente extranjera. Sin embargo, ésta es una simplificación errónea. Únicamente la pequeña minería fue afectada por el movimiento armado, así como la ubicada más meridionalmente en Sonora. 

Por otro lado, las principales inversiones mineras estadounidenses localizadas cerca de la frontera, como Cananea (mostrada en la imagen de abajo)  o Nacozari, casi siempre fueron protegidas por los revolucionarios que les cobraban impuestos por producción para financiar al constitucionalismo. Además, los dueños de estas minas vendían armamento desde Arizona a los revolucionarios, y así recobraban lo pagado anteriormente.


Al estallar la revolución, William Cornell Greene ya había perdido el control de la mina de Cananea ante Thomas B. Cole, detrás de quien estaba John D. Ryan, Presidente de la Anaconda Copper Co. asociada a su vez con el enorme complejo financiero de Amalgamated Copper Co, en cuya dirección se encontraban apellidos como Rockefeller, Stillman, etc.


Por  otro lado, detrás del mineral de Pilares de Nacozari se encontraba la familia Douglas que también tenía acciones de Cananea. Walter administraría Nacozari durante la revolución y sería Presidente de la compañía Phelps Dodge, mientras que su hermano, James, sería Presidente de la Amalgamated, fundaría el poblado de Douglas, Arizona, organizaría bancos en Bisbee y Douglas, y administraría durante la revolución tanto a Nacozari como a Cananea. De esta manera, ambas minas ofrecieron una respuesta coordinada a los avatares de la revolución. (Si quieres conocer más sobre la Historia de la Minería en el Norte de Sonora, haz click aquí).

En febrero de 1914, los revolucionarios Constitucionalistas cobraban 64 centavos en impuestos por Kilogramo de plata exportado de estas minas, y para septiembre se elevaban los derechos a $32 Dlls por kilogramo de oro y 90 centavos por la plata, mientras que el cobre no pagaba un centavo.

Estos ingresos llevaron a que los constitucionalistas protegieran las minas, y así sucedió en abril del 14, cuando Tomás Martínez hacía labor política en Cananea y fue arrestado. En respuesta, entre 1,500 y 2,500 mineros secuestraron a Ignacio L. Pesqueira, ex gobernador del estado, y lo mantuvieron en Cananea hasta que Martínez fue liberado. Tres meses más tarde se manifestaban nuevamente pidiendo aumento salarial. La minera cerró y el gobernador del Estado, José María Maytorena envió tropas para cuidar los bienes de la compañía.

Y aún después, Plutarco Elías Calles, ya como gobernador, protegería también los intereses mineros. Decretó la pena de muerte por robo ordinario en Cananea, y para demostrar que su intención era seria, ordenó la ejecución de algunos ladrones.  En sus memorias, Alfredo Breceda, brazo derecho de Carranza, le atribuye a Obregón una frase dicha al varón de Cuatro Ciénegas: “Aquí no tenemos agraristas, a Dios gracias. Todos los que andamos en este asunto lo hacemos por patriotismo y por vengar la muerte del señor Madero; tampoco les damos alas a los obreros, y si no allí está Calles en la frontera, que es el azote que tenemos para los levantiscos.”

Para 1917, la producción de Cananea y Nacozari, a pesar de la revolución, alcanzaba los 125 millones de libras anuales de cobre, y al sobrevenir la Primera Guerra Mundial el precio de este metal se fue por las nubes, haciendo que la producción cuprífera de ambas minas siguiera elevándose hasta que terminó la Guerra. Únicamente Cananea tuvo un descenso temporal en 1917 como resultado del enrarecimiento de las relaciones entre México y Estados Unidos.

No fue sino hasta que terminó la Primera Guerra Mundial cuando el precio del cobre cayó precipitosamente: para enero de 1919 se encontraba en 26 centavos de dólar por libra, y para el mes siguiente había bajado a menos de 15 centavos. Esto llevó al cierre de las minas, la fundidora y la concentradora de Cananea, y que los obreros fueran despedidos. El nuevo Presidente de México, Álvaro Obregón, entonces cambió la base financiera de su gobierno: de impuestos a la minería, a la nueva y floreciente industria del petróleo.

Haciendo un resumen de la producción minera durante esos años, la historiadora Lynda Hall agrega: “Asombrosamente, las exportaciones mexicanas a los Estados Unidos durante [la revolución] parecen haber respondido más a los ciclos comerciales de EEUU que a las condiciones revolucionarias...” 

domingo, 10 de octubre de 2010

Epidemias y Hambrunas durante la Revolución Mexicana

Ya nos asomamos en el anterior artículo de esta serie a los desajustes económicos provocados por la etapa bélica de la revolución mexicana durante la década de 1910. En este otro veremos cómo se trasladó esta crisis al nivel de vida de los mexicanos.

Conservamos una imagen reduccionista de la revolución, que es alimentada por el cine y la televisión: soldados bien vestidos y alimentados atacando reductos porfiristas en escenas que no son sino eso: mera imaginación. Este centenario merece que también entendamos la revolución como un proceso en el que las  irracionalidades y estragos provocados por ardor ideológico, ignorancia o lo que usted quiera, liberaron sobre los mexicanos a los cuatro jinetes del apocalipsis: la guerra, el hambre, la peste y la muerte durante esa década de 1910 a 1920.
Para empezar, debemos entender que los efectos económicos de la revolución no tuvieron la misma intensidad en todo el país, y tampoco fueron simultáneos. Nuestra región fronteriza de Sonora, por ejemplo, sufrió especialmente de 1916 a 1919 debido a su dependencia económica de los Estados Unidos.

Ya vimos anteriormente la consecuencia del ataque villista a Columbus: la expedición punitiva en persecución de Villa, que provocó que diariamente corrieran rumores de una invasión a Sonora. Así fue cómo nuestro Estado realizó durante junio de 1916 un inventario de los alimentos que había en la entidad para el caso de una guerra, y todo Nogales, Sonora, tuvo que ser evacuado para evitar más problemas en caso de que explotara la guerra internacional. La Cámara de Comercio de Guaymas intentó entonces importar por barco $85,000 en alimentos de Sinaloa, aunque la devaluación de los “pesos infalsificables” dio al traste con esa intentona filantrópica.

Por otro lado, el orgullo del Porfirismo, los ferrocarriles, estaba en ruinas. Los rieles eran robados para ser vendidos como metal y los viajeros se aventuraban a lo desconocido: posibles ataques de bandidos o de Yaquis a los trenes, descarrilamientos por el estado de las vías u otros incidentes. Pero el mayor perjuicio de la situación ferroviaria fue sobre el abastecimiento de alimentos.

A ello le debemos agregar el tema de mi anterior artículo, la inflación que había convertido al peso mexicano en una moneda sin valor. Eso desencadenó la especulación y que los “coyotes,” como se les llamaba a los especuladores, fueran regularmente culpados de la situación y enviados a las Islas Marías; y mientras que los pobres del campo podían sembrar o explotar sus tierras para mejorar un poco su situación, los sectores más pobres de las ciudades fueron quienes sufrieron más, ya que no contaban con ningún colchón de alivio.

Posiblemente no sólo en Sonora sino en el resto del país a los mineros que trabajaban en empresas extranjeras les fue mejor. Las compañías de Cananea, Nacozari o El Tigre, que eran protegidas por los Constitucionalistas para cobrarles impuestos sobre su producción, a su vez no deseaban perder a los mineros y compraban alimentos para vendérselos a sus trabajadores a menor precio.

Pero éstos eran meramente alivios parciales, ya que la producción de granos del país decayó como consecuencia de la guerra, lo que ocasionó la hambruna. No son muy confiables las estadísticas nacionales para esa época, ya que probablemente pequen de optimistas, pero según éstas, para 1918, la cosecha nacional de maíz se calculaba entre la cuarta y tercera parte de lo que había sido antes de la guerra, y la del frijol había caído en un tercio, mientras que en ciudades como la capital del país, entre 1914 y 1915 los alimentos elevaron su precio en quince veces.

Por eso, mientras que para el 17 y 18 las tortillas eran un lujo para los oficiales de los ejércitos, los soldados tenían a veces que alimentarse de sus propias monturas; mientras, en Sonora los lugareños se preparaban sopas de nopales, de tallos de mezcal, o la “sopa de los pobres” en temporada: un puño de chiltepín mezclado con agua, al mismo tiempo que en regiones aún más pobres se alcanzaban a ver hambrientos revolviendo buñigas en búsqueda de comida.

Y la hambruna e insalubridad llevaron a su vez a las epidemias como el tifo, enfermedades gastrointestinales o la viruela con mayor incidencia en el centro del país: entre 1910 y 1917 la población de Guanajuato cayó de 35 a 13 mil, y la de Zacatecas de 26 a 8 mil. Y luego vino la pandemia de la Influenza Española.
Podríamos suponer que en regiones fronterizas como Nogales no nos fue tan mal debido a la posibilidad de acudir a la nación vecina,  Nogales, Arizona en nuestro caso, a comprar alimentos. Pero Estados Unidos intentaba que México abandonase su política nacionalista sobre la explotación del petróleo, y estableció embargos sobre la exportación de alimentos a México, por lo que poblaciones fronterizas como Nogales, que compraban sus alimentos en Arizona, sufrieron aún más. 

Esas fueron algunas de las razones por las que recientemente han sido revisadas las estadísticas de vidas afectadas en México por la revolución, de un millón a tres y medio millones, como ya vimos en un artículo anterior de esta serie, que puedes consultar aquí.

domingo, 3 de octubre de 2010

Las finanzas durante la revolución mexicana


La época del porfirismo en México correspondió mundialmente con otra de desarrollo tecnológico y de enorme crecimiento en demanda de productos básicos. Estados Unidos aprovechó la circunstancia, y su economía prosperó formidablemente; además, debido a la política de apertura económica de nuestro país, las inversiones estadounidenses en México se incrementaron enormemente, incidiendo en el mejoramiento de la infraestructura del transporte, principalmente ferrocarriles, y en la adquisición de productos básicos mexicanos: terrenos, ganadería, agricultura, etcétera. 

Así fue cómo, mientras que en 1873 teníamos sólo 572 Km de vías férreas, para 1910 contábamos con más de 19,000 Km, que junto con las inversiones en minería de plata, cobre, oro y petróleo, lograron que el producto interno bruto de México casi se triplicara entre 1877 y 1910, y que este último año, el peso mexicano valiera 50 centavos de dólar. Pero Estados Unidos no fue el único inversionista en México: también había capitales ingleses, alemanes, franceses, etc. Todo, acumulándose como deuda externa que tendría que pagarse algún día.

Por otro lado, debido al crecimiento económico porfirista, la economía de México también se convirtió en vulnerable a los altibajos de la economía mundial, como la recesión global de 1907-1908; y además, la distribución de la riqueza se hizo extremadamente desigual en nuestro país: mexicanos y extranjeros extremadamente ricos por un lado, y mexicanos extremadamente pobres. Eso ocasionó el descontento social que provocó la revolución mexicana, tema que ya he cubierto en artículos anteriores de esta serie.

Pero la revolución también necesitó préstamos del exterior. Al porfirismo le seguiría el maderismo, y en 1912 la casa estadounidense Speyer le prestó a Madero $10 millones de dólares pagaderos en un año para cubrir las necesidades inmediatas del gobierno. Para cubrirlos, nuestro país inició el cobro de impuestos por el petróleo, 1.5 centavos por barril exportado. Eso ocasionó la inmediata protesta de las compañías petroleras. 

Un año después, ya durante el gobierno de Huerta, cuando reclamó Speyer su dinero, México logró otro préstamo en Europa por 16 millones de libras para pagarlo, aunque únicamente se suscribieron 6 millones (58.5 millones de pesos) a una tasa real de interés del 8.33%. Al mismo tiempo, entre mayo y agosto de 1914 el peso mexicano caía en su paridad, de 48 a 28 centavos de dólar. México abandonó entonces el patrón oro y canceló los pagos de la deuda al no contar con recursos. Esta medida ocasionó que se secaran los préstamos estadounidenses a México, mientras que Europa, que se encontraba inmersa en la Primera Guerra Mundial, no podía realizar préstamos a nuestro país. Eso por un lado....

Por el otro, los constitucionalistas de Carranza que se oponían a Victoriano Huerta, al no tener acceso a préstamos, estadounidenses o europeos, financiaron su lucha confiscando la producción agrícola y ganadera del Norte del país para venderla a Estados Unidos (la de Nogales, por ejemplo), estableciendo impuestos sobre la producción en territorios que controlaban (de las minas como Cananea o Nacozari), expropiando, así como imprimiendo moneda sin respaldo, los famosos bilimbiques: para septiembre de 1915, los carrancistas habían emitido casi $300 millones de pesos y los villistas $176, lo cual llevó al peso mexicano a valer sólo 4 centavos de dólar a fin de año.


Intentando resolver la inflación, para mayo de 1916 Carranza emitió los llamados “pesos infalsificables” con un valor de 10 centavos de dólar, aunque como el problema no era su falsificación sino su emisión sin fondos, para noviembre éstos tampoco valían nada. Así, la economía nacional cayó en una terrible espiral inflacionaria: por ejemplo, una sola tortilla llegó a valer $20,000 pesos villistas en la región de La Laguna.

Vendría después el crecimiento en la demanda estadounidense por el petróleo mexicano debido a la participación de la nación vecina en la Primera Guerra Mundial, demanda que saltó de 26 millones de barriles en 1914 a 55 millones en 1917. Eso alivió un poco las finanzas mexicanas gracias a los impuestos generados por la producción petrolera: 11 millones de pesos mensuales, la mayor parte de los cuales se iban en sostener al ejército. 

Pero ese alivio no duró, ya que un año después era promulgada la Constitución de 1917 y al conocerse sus artículos que eran fervientemente nacionalistas, éstos provocaron la ira de los productores petroleros, lo que llevó que para mediados de 1918, las finanzas nacionales fuesen terribles: al ejército se le debían meses de sueldos y los policías no recibían su salario. Vino entonces el bandidaje en todo el país, bandidaje que ya no tenía bandera ideológica sino meramente consistía en robar para subsistir, bandidaje que la policía y el ejército no lograban contener.

Y mientras ésto sucedía en la relación entre México y Estados Unidos, además Inglaterra trataba de conservar sus inversiones petroleras mexicanas; Alemania intentaba utilizar a México para abrir un segundo frente ante Estados Unidos para distraer su atención del teatro bélico europeo que era la Primera Guerra Mundial, mientras que Japón, que sostenía afanes expansionistas sobre China, aprovechó la revolución para darle a saber a Estados Unidos que lo mismo que México se encontraba en la esfera hegemónica estadounidense, China lo estaba en la de Japón. Francia, por otro lado, recordando el fiasco del imperio de Maximiliano, optó por no intervenir.

Pasaron esos meses, y al concluir la Guerra Mundial junto con 1918, en Estados Unidos, triunfadora de la guerra y principal potencia mundial, además de contar con un ejército de millones de soldados recién liberados del teatro bélico europeo, afloró entonces una pugna interna multidimensional: demócratas contra republicanos; Woodrow Wilson antiintervencionista contra el congreso y la prensa que abogaban por una en México; el ejecutivo que quería conservar el control de la política exterior estadounidense, contra el congreso que buscaba asumirlo con una invasión a México. Eso forzó un cambio de actores políticos en nuestro país en respuesta a las nuevas circunstancias, y este cambio determinó la suerte futura del gobierno de Carranza.

domingo, 26 de septiembre de 2010

El Costo Demográfico de la Revolución Mexicana

Desde septiembre del año pasado he presentado en estas páginas la serie actual de artículos en conmemoración del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución. Este momento en que acaban de concluir las conmemoraciones del Bicentenario, y que en la serie de artículos llego a 1920, o sea la culminación de la etapa bélica de la revolución, es oportuno que trate de otros temas relacionados con el movimiento revolucionario que usualmente no son divulgados popularmente. Uno de ellos, que es importantísimo no únicamente para México sino también para nuestra región, fronteriza, es el de los estragos que causó la revolución sobre la población de nuestro país.

No sé si desafortunadamente o no, los fríos números no conllevan por sí solos el drama que implican las muertes, las emigraciones y epidemias ocasionadas por la revolución. Lo que sí hacen es comunicarnos la dimensión social, acumulada, de los enormes dramas vividos por los mexicanos de entonces. 

Un lugar común es que la revolución mexicana causó un millón de muertes.  Como sabemos, los censos se realizan cada década, y en 1910 se había concluido el tercer censo nacional que logró contar a 15.2 millones de habitantes. Debido a la revolución, el censo de 1920 se pospuso hasta 1921, y al realizarse éste se obtuvo una población de 14.3 millones de mexicanos. De la resta simple entre ambas cifras se ha obtenido la cifra que se maneja de un millón.


Sin embargo, ésta es una simplificación que no toma muchos factores en cuenta. Entre otros, está el número de nacimientos que dejaron de ocurrir como consecuencia de la guerra, las estadísticas de emigración a Estados Unidos o a otros países, o simplemente el error censal; todos ellos afectaron el crecimiento en población de México.

Los estudios demográficos que se realizaron posteriormente sobre el tema subieron la cifra de muertes. De esta manera, Manuel Gamio sostendría que hubo 2 millones de muertos, mientras que Gilberto Loyo, padre de la demografía mexicana, elevó el número a dos millones y medio de muertos. Más recientemente, Moisés González Navarro en un estudio inédito bajaría la cifra a 1.9 millones. Mientras, en un estudio estadounidense, Andrew Collver haría variar la estadística de este dato entre 2.5 y 3.1 millones. Sin embargo, el análisis más reconocido es el de 1993, cuando Manuel Ordorica y José Luis Lezama realizaron un análisis demográfico de nuestro país,  auspiciado por el Consejo Nacional de Población, y llegaron a la cifra de 1.4 millones de muertos, 1.1 millones de nacimientos frustrados, 400 mil emigrados, y medio millón en error censal para un total de 3.4 millones de vidas afectadas por la revolución.

Aún más recientemente han surgido otras técnicas estadísticas de las que una muy importante es el Método de Proyección Inversa. Queda afuera de las metas de este artículo explicarlo, aunque puedo decir que toma como base las cifras del censo de 1930 que ha sido mundialmente reconocido como el mejor planeado y ejecutado del siglo, y que logró contabilizar a 16.5 millones de mexicanos.

Curiosamente, el Método de Proyección Inversa concuerda con las cifras generales de Ordorica-Lezama, ya que alcanza un total de alrededor de 3 y medio millones de vidas afectadas por la revolución. Sin embargo, difiere del anterior en sus particulares:

Por ejemplo, en cuanto a las cifras de emigración, es obvio que la región con mayor actractivo para los emigrantes mexicanos fue Estados Unidos, ya que mientras que España, por ejemplo, recibió a unos 4,000 mexicanos, principalmente religiosos, los EUA albergaron a cientos de miles. Extrañamente las cifras censales estadounidenses no han sido utilizadas aún para determinar la emigración mexicana, pero éstas nos dicen, tomando en cuenta las muertes naturales de mexicanos emigrados durante esas décadas, que hubo alrededor de 300 mil mexicanos emigrados durante la década de 1910, y  230 mil durante la de 1920. Es decir, un total de alrededor de medio millón de emigrados mexicanos a Estados Unidos entre 1910 y 1930.

A este dato le debemos agregar que las muertes causadas directamente por la guerra, hambruna, enfermedades y epidemias se calculan ahora en 1.5 millón de mexicanos; la pérdida en nacimientos no logrados oscila en alrededor de 600 mil; mientras que se calcula el error censal en 1.1 millones. 


De esta manera, ahora se sabe que la revolución mexicana ocasionó alrededor de 3 y medio millones de vidas perdidas para nuestro país. En otras palabras, el movimiento armado de la revolución ocasionó la mayor catástrofe demográfica del siglo XX en América del Norte, cuyo costo demográfico fue excedido únicamente por el de la conquista española y sus epidemias, que habían ocurrido casi cuatro siglos antes.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Nogales durante 1919


Después de los artículos que escribí acerca de la guerra de independencia en Sonora a propósito de la conmemoración del bicentenario que acabamos de realizar, regreso ahora a la crónica de la revolución en nuestra región, serie que realizo a partir de septiembre pasado en conmemoración del centenario del inicio de este movimiento armado, conmemoración que realizaremos el próximo mes de noviembre.

En el último artículo de la serie sobre la revolución habíamos visto cómo Alvaro Obregón había lanzado su candidatura a la presidencia de la república a través de un manifiesto publicado aquí, en Nogales, el 1 de junio de 1919, lo que provocó el acoso del gobierno de Carranza a los sonorenses, quienes a su vez respondieron con el Plan de Agua Prieta, mismo que derrocó al gobierno de Carranza en 1920.

Mientras sucedía ésto, aquí, en Nogales, y a pesar de que nunca fue una región dedicada a la fabricación del mezcal –conocido actualmente como bacanora- había causado impacto la recepción de una circular del Estado, emitida el 10 de junio, que argumentaba que a pesar de que se había prohibido la fabricación del mezcal, éste continuaba destilándose, por lo que ordenaba que en lo sucesivo fuera pasado por las armas cualquier fabricante o traficante de este licor. Diez días después, sin embargo, otra circular declaraba que quedaba sin efecto esta disposición, no así la campaña contra los fabricantes de licores, y para subrayarlo el Gobernador le enviaba un enérgico telegrama al Presidente de Nogales en el que le indicaba que: 

“…debe terminarse por completo bajo la responsabilidad del Ayuntamiento con la venta de bebidas embriagantes y con los juegos prohibidos por la ley [por lo que] antes de diez días todos los alcoholeros estén en el yaqui prestando sus servicios a la campaña contra los indios rebeldes…” 

Con esta advertencia, el gobierno municipal inició una campaña en la que algunos alcoholeros y matronas fueron enviados al Yaqui y a Sinaloa, respectivamente.

Casi se cumplía ese año una década del inicio de la revolución, un movimiento armado en el que Nogales había figurado en forma importantísima a partir del Constitucionalismo, y era mucho lo que había cambiado durante ese periodo la entonces villa. La población se extendía desde la frontera hasta la entrada de la que con el tiempo sería Colonia Granja, y había cuatro escuelas de estudios básicos: la Escuela Superior (actual Pestalozzi. Para leer su historia, haz click aquí) en donde había dos: en la planta alta la Superior de varones, bajo la dirección de José Lafontaine, que tenía siete salones y 199 niños, mientras que en la planta baja se encontraba la Superior de niñas, bajo la dirección de Manuela Nieblas en la que había 273 niñas; además estaba la escuela Oficial Mixta No. 1 cuya directora era Juanita Inclán, con 4 grupos, y la escuela Mixta Melchor Ocampo, cuya directora era Petra López en la Colonia Obrera. Además, el nuevo gobierno municipal abría el 21 de octubre una escuela en la Arizona, con 21 niños como alumnos. 

Por esos mismos días, el 28 de octubre, una manifestación despedía en la estación del ferrocarril, ubicada a unos pasos de la frontera, al General Álvaro Obregón, que partía a iniciar su campaña para la presidencia de la república, mientras que su negocio nogalense de importaciones y exportaciones quedaba bajo la dirección de Ignacio Gaxiola.

A fines de ese año de 1919, debido a que Nogales alcanzaba ya una población que se estimaba en 8,000 habitantes, que había 127 giros mercantiles, 4 casas de comisión, 11 agencias aduanales y se calculaba que la propiedad raíz ascendía a unos 8 millones de pesos, a la vez que el movimiento comercial pasaba de $800,000, era enviada una solicitud al Congreso del Estado para que Nogales fuera elevado a categoría de ciudad. También terminando ese año se publicaba el Reglamento de Vehículos de Nogales, que establecía una velocidad máxima de 15 millas por hora. Era que el poblado contaba ya con 52 vehículos particulares y 54 de alquiler aunque, como siempre, había un prietito en el arroz: por esos mismos días se quejaban los vecinos del Embarcadero Viejo, barrio cuya población alcanzaba unos 300 habitantes y contaba con más de 70 casas, que los carros del ferrocarril siempre se encontraban estacionados a la salida de esa cañada, obstruyendo el paso.

En respuesta a la solicitud de los nogalenses, el día primero del año siguiente, 1920, aparecía en el periódico oficial la Ley Número 23, cuyo único artículo rezaba: “Es de elevarse y se eleva a la categoría de Ciudad la hoy Villa de Nogales.” Así, Nogales era ya una ciudad cuyos barrios principales eran: el del Cementerio (del Rosario actual), Cañada de los Locos (Buenos Aires actualmente), del Embarcadero, del Cementerio Nuevo (Héroes de hoy), Pierson (en el cerro), Aguirre, Cañada Vázquez, Ranchito, Rastro Viejo, la Sonora y la del Rastro Nuevo, estas dos últimas pertenecientes a los nuevos desarrollos de las Colonias Moderna y Obrera.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La Independencia en Sonora


La participación sonorense en la guerra de independencia poco a poco ha ido olvidándose, borrándose, desvaneciéndose. Gradualmente las anécdotas, incidentes, vivencias que alimentaron la memoria colectiva de nuestro Estado se fueron haciendo menos hasta casi desaparecer. Por eso se ha dicho que Sonora no participó en esta guerra; más bien, que su papel fue mínimo y que estuvo dirigido contra el movimiento. La realidad histórica, sin embargo, fue mucho más compleja e incongruente al igual que en el resto de nuestro país. Así, quedaríamos por respondernos la pregunta de qué buscaban las distintas clases sociales sonorenses cuando participaron en ella.

Y la respuesta es que, al igual que en el resto de la Nueva España, hubo aquí también diferentes guerras de independencia. Por un lado, la de los criollos adinerados que la buscaban o se le oponían; pero también la de los criollos desposeídos y mestizos que se incorporaron al servicio de las armas españolas cuando, debido a la guerra, desaparecieron las redes económicas que habían sostenido su modo de vida, o también entendemos como tendiente a la independencia la inquietud social de los indígenas que intentaban proteger sus culturas locales y su autonomía comunal, levantándose en armas (en seguida aparece la transcripción de la hoja de servicios de un militar, José Romero, que poco después se convertiría en el Comandante del Presidio de Tucsón, Sonora, realizada en 1817. Debido a su experiencia para lograr la paz con los indios Yuma, después de escribirse esta hoja de servicios se le asignaría la tarea de dirigir una expedición para establecer una ruta de correos por tierra entre Sonora y California).



El Estado de Sonora no existía en aquel entonces. Bajo el régimen Borbón se había creado un sistema en que las Provincias de Sonora y de Sinaloa pertenecían a la Intendencia de Arizpe. Al dar el Padre Hidalgo el Grito de Dolores, el noroeste novohispano era eminentemente rural. Sonora tendría aproximadamente 120 mil habitantes y sus principales centros urbanos, pueblos más bien, eran Alamos, Oposura (hoy Moctezuma), Altar, Horcasitas, San Ignacio (más importante entonces que Magdalena), Pitic (hoy Hermosillo), Tucsón, Navojoa, Baroyeca y Arizpe (la capital) si no olvido alguno; obviamente no existían aún ni Guaymas ni Nogales.

La campaña militar de la Independencia fue encabezada aquí por el Teniente Coronel Don José María González Hermosillo, de 36 años, nacido en Zapotlán el Grande (hoy Cd. Guzmán), Jalisco. Encargado por el Padre Hidalgo de incorporar el noroeste novohispano al movimiento, salió de Guadalajara el 1 de diciembre de 1810 con muy poca gente, aunque en el camino se le fue incorporando mucha más. El 18 se aproximaron a Rosario, Sinaloa, defendido por el Crnl. Pedro Villaescusa, un peninsular de 66 años que iniciara su vida militar sonorense en los entonces Presidios de Terrenate y de Buenavista (en las cercanías del actual Nogales), en el que fue derrotado Villaescusa. González Hermosillo continuó su avance hacia el Norte y ocupó Concordia y Mazatlán, aunque fue vencido el 8 de enero en San Ignacio Piaxtla por el Gobernador Intendente de las Provincias de Sonora y Sinaloa, Alejo García Conde, un español nacido en Ceuta que se aproximaba a sus 60 años de edad. Esa acción le dio la paz por algún tiempo a nuestra región (en seguida muestro la rúbrica de José María González de Hermosillo, cuyo nombre lleva la capital del Estado).



Después, al promover el gobierno el rechazo contra los partidarios de la independencia en esta región, la situación se prestó para resolver situaciones particulares, algunas que nada tenían que ver con simpatías políticas. Así sufrieron condenas algunos sonorenses como el Padre Juan N. Gallo, del pueblo de Tarachi, o Don Felipe Paz, de Ures, e igualmente Fray Agustín Chirlín, que servía al río Sonora, quien al saber que se le perseguía por sus ideas independentistas huyó y se escondió en una cueva hasta que, aprehendido en  mayo de 1814, lo llevaron a Durango, acusado de traición.

Sonora vería también varios hechos de armas con tintes independentistas: en 1819 con la sublevación de los indígenas de la Compañía de Indios Opatas de Bavispe, dominada inmediatamente; en 1820 cuando un grupo de indios Yaqui encabezados por un indígena Jova se levantaron y dirigieron a Chihuahua, atacando Chínipas y Palmarejo, aunque también fueron derrotados.

 Vendría después la promulgación, el 14 de febrero de 1821, del Plan de Iguala con su triple promesa: independencia, igualdad de razas y defensa de la fe Católica, y el viernes 24 de agosto el Comandante de las Provincias Internas de Occidente, Alejo García Conde, el héroe de Piaxtla, lo secundaba en Chihuahua; ignorando ésto, el martes 3 de septiembre hacía lo propio el Teniente Manuel Ignacio de Arvizu en Tucsón, Sonora, y tres días después también lo proclamaba Antonio Narbona en la capital de la Provincia de Sonora, Arizpe. Días más tarde, el 27 de septiembre, el Ejército Trigarante al mando de Agustín de Iturbide tomaba la Ciudad de México y consumaba la guerra de independencia.

Así nació México como nación independiente. Pero este parto no fue feliz, ya que lo acompañarían profundos desequilibrios que en Sonora y México exacerbarían la inestabilidad y la violencia internas, transformando la esperanza de lograr la paz en una pesadilla que duraría hasta finales de ese siglo XIX. Pero eso quedaba aún en el futuro, México ya era independiente.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El Centenario de la Independencia

Hemos tenido en México dos conmemoraciones del Centenario de la Independencia. La primera bajo el gobierno de Díaz en 1910 recordando el Grito de Dolores, en 1810; la segunda bajo el gobierno de Obregón en 1921 en memoria de la conclusión del movimiento independentista, en 1821. (En seguida aparece un informe en que se da noticia del Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810)



El 1 de abril de 1907, el Presidente Díaz nombraba una Comisión, encabezada por Guillermo Landa y Escandón, Gobernador del Distrito Federal, para encargarse de las preparaciones. Como parte del evento se construyeron obras como la Columna de la Independencia ($2,150,000) y el asilo de enfermos mentales ($2,243,345), el Monumento a Juárez ($390,685) y el mejoramiento del sistema de drenaje de la ciudad de México ($1,986,017) por nombrar sólo unas pocas.

Pero posiblemente los actos más emotivos fueron el regreso por España del uniforme de Morelos, entregado por el Marqués de Polavieja, evento acompañado del equivalente de un funeral de Estado.

Otro acto fue el traslado a la capital de la pila bautismal de Don Miguel Hidalgo y Costilla (a la derecha se ve el desfile que acompañó al traslado de la Pila).

Finalmente, el Desfile Histórico, una representación de la historia del país en tres actos: el primero, el encuentro entre Cortés y Moctezuma en el que 809 individuos vestidos a la usanza de la época recrearon el momento que le diera inicio a la conquista de México; el segundo acto, El Paseo del Pendón, evocaba una ceremonia colonial; y en el tercero, Agustín de Iturbide, al mando del Ejército Trigarante, llegó al Zócalo acompañado de representaciones de generales independentistas como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Anastasio Bustamante y Manuel Mier y Terán. Además, hubo carros alegóricos con representaciones de Don Miguel Hidalgo y Costilla y Don José María Morelos y Pavón, así como otros de los Estados de Tabasco y Sinaloa. Después venían más alegorías que representaban los logros del Porfirismo en comercio, agricultura, industria, banca y minería.

En 1921, por otro lado, no hubo preparaciones muy anticipadas. Sólo después de que Herminio Pérez, gobernador de la Ciudad de México, pidió recursos federales para realizar la conmemoración, el gobierno federal se hizo cargo de ésta.  Se nombró una Comisión integrada por Alberto Pani, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, y se invitó al Cabildo de la Ciudad para que nombrara a un cuarto integrante. Félix Palavicini asumió el papel de Síndico y patrocinador de la conmemoración.

Una diferencia notable con 1910 fue que en esta ocasión no se inauguraron obras ostentosas, tal vez por la precaria situación económica del país, pero también tal vez porque la revolución no contaba con una figura preeminente sino varios jefes que luchaban entre sí. Por ejemplo, sería increíble que Obregón le erigiera entonces un monumento a Villa o a Zapata. Lo que sí, se rebautizaron algunas de las principales calles de la ciudad de México: La Calle de los Capuchinos a Venustiano Carranza, la Calle de Plateros y San Francisco a Francisco I. Madero, y la Calle del Parque del Conde a José María Pino Suárez.

Otra divergencia radicó en la orientación ideológica conmemorativa: mientras que en 1910 se intentaba resaltar los logros del Porfirismo, en 1921 las conmemoraciones tuvieron un carácter eminentemente popular, resaltando lo indígena en el discurso revolucionario.

Por ejemplo, la Semana de los Niños, con pláticas de salud infantil y la entrega de la Declaración de los Derechos del Niño. Regalos a los pobres de 20,000 huaraches y sombreros a los hombres, y 10,000 blusas y rebozos a las mujeres. Un desfile conmemorativo de concurso de carros alegóricos de 31 negocios de México –ganó el de la compañía petrolera El Aguila-, así como la participación del ejército en una reconstrucción de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México. 

El evento más impresionante, sin embargo, fue la “Ceremonia de Xochiquetzalli,” en Xochimilco, que había sido adornado para ese fin, y cuyo acto climático fue el sacrificio de una joven en una ceremonia simulada.
También se organizó una “Noche Mexicana” en la que se presentó la cultura indígena: comida, arte, música y danzas regionales, así como un ballet espectacular, “Fantasía Mexicana,” creado por Adolfo Best Maugard y la bailarina rusa, Anna Pavlova. Además, se montó una Exhibición de Artes Populares con textiles, cerámica, productos de piel, pinturas, zarapes, etc. 

Otro evento más fue el concurso “La India Bonita,” que ganó Biviana Uribe, una niña de 15 años de Necaxa que apenas rebasó al segundo lugar, una joven descalificada por sus ojos verdes.  Y como símbolo del cambio tecnológico que traía el siglo, también hubo demostraciones aéreas en el aeropuerto de Balbuena y otros eventos públicos.

Fueron, ambos, eventos conmemorativos del Centenario que respondían a sus tiempos. Falta por ver cómo serán los de nuestro Bicentenario.