domingo, 20 de junio de 2010

Vasconcelos en Nogales

Y así, en esta ocasión le toca hablarnos de sus experiencias revolucionarias nogalenses a José Vasconcelos. En la segunda parte de sus memorias, “La Tormenta,” nos describe la primera ocasión en que estuvo en esta frontera, el 28 de julio de 1913 cuando, recordemos de un artículo anterior de esta serie, se realizó la reunión entre los revolucionarios para decidir el futuro de José María Maytorena y confirmarlo como Gobernador de Sonora o bien negarle esa posición:

“Llegamos a Nogales horas después de la Junta que absolvió a Maytorena de los cargos de sus enemigos y lo confirmó en el mando. Para asistir a dicha Junta, habían venido desde el sur a Nogales, muchos jefes. Entre todos, el que más pesaba era Obregón. A tal punto, que bastó con que él asumiera la defensa del Gobernador para que la discusión terminase y se disolviese la Asamblea al grito de ¡Viva Maytorena! … En Nogales me tocó alojarme en la misma alcoba con Miguel Alessio Robles.”

El edificio de este hospedaje compartido por Vasconcelos fue el hotel Escoboza, del que igualmente tratamos en el artículo anterior. Estaba ubicado del lado oriente de la Calle Elías, casi esquina con Internacional: construido a finales del Porfirismo y por lo tanto con sabor francés. Afortunadamente, todavía hoy continúa en pie, aunque se dedica a otros fines. Pero regresemos con Vasconcelos:

“Nos despertaron de mañana las cornetas de una compañía de yaquis que pernoctaba en los bajos del hotel. La impresión fue magnífica. Ya no éramos los perseguidos que despiertan sobresaltados. La fuerza que tocaba dianas estaba al servicio de la justicia y amparaba a los hombres honrados.”

En seguida, nos describe su primera impresión de Nogales:

“La noche anterior, había llegado tarde y no ví nada del pueblo. En vano buscaba las nogaleras que sin duda le habían dado nombre. Apenas uno que otro árbol en calles apartadas y el centro una fealdad sin alivio, casas pequeñas, de ladrillo, interiores sórdidos, polvo en todas partes, descuido, y no por pobreza, por incultura.”

Pero frente a este desorden del lado mexicano, Vasconcelos inmediatamente percibe el contraste de Nogales Arizona:

“El ejemplo del otro lado bien urbanizado, flamante, no había servido de nada en treinta años de Porfirismo. Toda la frontera era así un bochorno por el contraste, pero la explicación resultaba sencilla: del lado yankee nunca había habido Santa Anas, Napoleones, ni Porfirios Díaz, héroes de la paz… ni futuros Jefes máximos de ninguna revolución. Del otro lado sólo había autoridades electas regularmente y sujetas a responsabilidad, desde la más alta a la ínfima.”

No vayamos a engañarnos al leer ésto, creyendo que Vasconcelos admiraba lo estadounidense. Más bien, despreciaba la superficialidad del pochismo, su carencia de profundidad, su desnudez de cultura. Veía, además, a los revolucionarios fronterizos sonorenses como otra expresión de lo “pocho”:

“En lo que todo el grupo de Naco estaba de acuerdo es en que la revolución eran ellos; nada de Maytorena, un científico; nada de Madero, una víctima. La revolución llegaba ahora; apenas se deshicieran de Maytorena confiscarían a todos los “científicos” de Sonora; todo el que tenía algo era “científico.” Además, se traían una especie de doctrina que Roberto [Pesqueira] formuló en un artículo titulado “Los Hombres del Norte”. El centro, el sur de México, estaban degenerados por la indiada y la salvación dependía de los hombres de la frontera norte, portadores de la civilización….¿yankee?... El pochismo de Roberto, en realidad, no pasaba del gusto por la vida en el hotel de viajeros yankee, baño privado, comida de ración uniforme, de costa a costa; en vez de vino, agua helada y mucho aparato de ascensores y teléfonos… “

Y a propósito de la comida, Vasconcelos agrega en este volumen una frase sobre la supuestamente mexicana de Estados Unidos, servida muy “eficientemente” al presentar, revueltos “tamales con enchiladas, frijoles con carne, todo en un mismo plato.” Cabría agregar que afortunadamente no tuvo que probar esos platillos híbridos mexicanos contemporáneos en que la gelatina acompaña a los frijoles.

En los años siguientes, Vasconcelos destacaría como un gigante en la historia de la cultura del México postrevolucionario. En 1920 sería nombrado Rector de la Universidad Nacional de México, y de entonces data su lema: “Por mi raza hablará el espíritu.” Le seguiría su enorme desempeño como Secretario de Educación, cuando promovió el mundialmente famoso movimiento artístico nacional posrevolucionario, del que el muralismo aún hoy es ícono nacional.

Después vendrían años de exilio, expatriaciones de las que casi siempre regresaba a México por aquí, por Nogales. De estas ocasiones, la más importante ocurrió el 10 de noviembre de 1928, cuando volvió al país a iniciar, en esta frontera, su campaña por la presidencia de la república. En su discurso al llegar a Nogales, percibiendo que ya era hora del rescate de la esencia de lo nacional, dijo: “La revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus.” Sin embargo, en las elecciones Elías Calles desató en su contra una terrible campaña para impedirle el triunfo, y el electo fue Pascual Ortiz Rubio, a quien el saber popular apodaría “el nopalito.”

No hay comentarios.:

Publicar un comentario