domingo, 3 de octubre de 2010

Las finanzas durante la revolución mexicana


La época del porfirismo en México correspondió mundialmente con otra de desarrollo tecnológico y de enorme crecimiento en demanda de productos básicos. Estados Unidos aprovechó la circunstancia, y su economía prosperó formidablemente; además, debido a la política de apertura económica de nuestro país, las inversiones estadounidenses en México se incrementaron enormemente, incidiendo en el mejoramiento de la infraestructura del transporte, principalmente ferrocarriles, y en la adquisición de productos básicos mexicanos: terrenos, ganadería, agricultura, etcétera. 

Así fue cómo, mientras que en 1873 teníamos sólo 572 Km de vías férreas, para 1910 contábamos con más de 19,000 Km, que junto con las inversiones en minería de plata, cobre, oro y petróleo, lograron que el producto interno bruto de México casi se triplicara entre 1877 y 1910, y que este último año, el peso mexicano valiera 50 centavos de dólar. Pero Estados Unidos no fue el único inversionista en México: también había capitales ingleses, alemanes, franceses, etc. Todo, acumulándose como deuda externa que tendría que pagarse algún día.

Por otro lado, debido al crecimiento económico porfirista, la economía de México también se convirtió en vulnerable a los altibajos de la economía mundial, como la recesión global de 1907-1908; y además, la distribución de la riqueza se hizo extremadamente desigual en nuestro país: mexicanos y extranjeros extremadamente ricos por un lado, y mexicanos extremadamente pobres. Eso ocasionó el descontento social que provocó la revolución mexicana, tema que ya he cubierto en artículos anteriores de esta serie.

Pero la revolución también necesitó préstamos del exterior. Al porfirismo le seguiría el maderismo, y en 1912 la casa estadounidense Speyer le prestó a Madero $10 millones de dólares pagaderos en un año para cubrir las necesidades inmediatas del gobierno. Para cubrirlos, nuestro país inició el cobro de impuestos por el petróleo, 1.5 centavos por barril exportado. Eso ocasionó la inmediata protesta de las compañías petroleras. 

Un año después, ya durante el gobierno de Huerta, cuando reclamó Speyer su dinero, México logró otro préstamo en Europa por 16 millones de libras para pagarlo, aunque únicamente se suscribieron 6 millones (58.5 millones de pesos) a una tasa real de interés del 8.33%. Al mismo tiempo, entre mayo y agosto de 1914 el peso mexicano caía en su paridad, de 48 a 28 centavos de dólar. México abandonó entonces el patrón oro y canceló los pagos de la deuda al no contar con recursos. Esta medida ocasionó que se secaran los préstamos estadounidenses a México, mientras que Europa, que se encontraba inmersa en la Primera Guerra Mundial, no podía realizar préstamos a nuestro país. Eso por un lado....

Por el otro, los constitucionalistas de Carranza que se oponían a Victoriano Huerta, al no tener acceso a préstamos, estadounidenses o europeos, financiaron su lucha confiscando la producción agrícola y ganadera del Norte del país para venderla a Estados Unidos (la de Nogales, por ejemplo), estableciendo impuestos sobre la producción en territorios que controlaban (de las minas como Cananea o Nacozari), expropiando, así como imprimiendo moneda sin respaldo, los famosos bilimbiques: para septiembre de 1915, los carrancistas habían emitido casi $300 millones de pesos y los villistas $176, lo cual llevó al peso mexicano a valer sólo 4 centavos de dólar a fin de año.


Intentando resolver la inflación, para mayo de 1916 Carranza emitió los llamados “pesos infalsificables” con un valor de 10 centavos de dólar, aunque como el problema no era su falsificación sino su emisión sin fondos, para noviembre éstos tampoco valían nada. Así, la economía nacional cayó en una terrible espiral inflacionaria: por ejemplo, una sola tortilla llegó a valer $20,000 pesos villistas en la región de La Laguna.

Vendría después el crecimiento en la demanda estadounidense por el petróleo mexicano debido a la participación de la nación vecina en la Primera Guerra Mundial, demanda que saltó de 26 millones de barriles en 1914 a 55 millones en 1917. Eso alivió un poco las finanzas mexicanas gracias a los impuestos generados por la producción petrolera: 11 millones de pesos mensuales, la mayor parte de los cuales se iban en sostener al ejército. 

Pero ese alivio no duró, ya que un año después era promulgada la Constitución de 1917 y al conocerse sus artículos que eran fervientemente nacionalistas, éstos provocaron la ira de los productores petroleros, lo que llevó que para mediados de 1918, las finanzas nacionales fuesen terribles: al ejército se le debían meses de sueldos y los policías no recibían su salario. Vino entonces el bandidaje en todo el país, bandidaje que ya no tenía bandera ideológica sino meramente consistía en robar para subsistir, bandidaje que la policía y el ejército no lograban contener.

Y mientras ésto sucedía en la relación entre México y Estados Unidos, además Inglaterra trataba de conservar sus inversiones petroleras mexicanas; Alemania intentaba utilizar a México para abrir un segundo frente ante Estados Unidos para distraer su atención del teatro bélico europeo que era la Primera Guerra Mundial, mientras que Japón, que sostenía afanes expansionistas sobre China, aprovechó la revolución para darle a saber a Estados Unidos que lo mismo que México se encontraba en la esfera hegemónica estadounidense, China lo estaba en la de Japón. Francia, por otro lado, recordando el fiasco del imperio de Maximiliano, optó por no intervenir.

Pasaron esos meses, y al concluir la Guerra Mundial junto con 1918, en Estados Unidos, triunfadora de la guerra y principal potencia mundial, además de contar con un ejército de millones de soldados recién liberados del teatro bélico europeo, afloró entonces una pugna interna multidimensional: demócratas contra republicanos; Woodrow Wilson antiintervencionista contra el congreso y la prensa que abogaban por una en México; el ejecutivo que quería conservar el control de la política exterior estadounidense, contra el congreso que buscaba asumirlo con una invasión a México. Eso forzó un cambio de actores políticos en nuestro país en respuesta a las nuevas circunstancias, y este cambio determinó la suerte futura del gobierno de Carranza.

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