Y así, regresamos a la crónica revolucionaria después de esta digresión de varios artículos para analizar el impacto de la revolución sobre las finanzas públicas, la economía y la sociedad durante esa década de 1910 a 1920.
Antes, en esta serie habíamos cubierto el lanzamiento de la campaña presidencial de Álvaro Obregón, el 1 de junio de 1919 desde aquí, Nogales, seguido del asedio de Venustiano Carranza al gobierno de Sonora, encabezado por Adolfo de la Huerta. Este provocó, a su vez, el Plan de Agua Prieta y la muerte de Carranza, todo en la primera mitad de 1920.
Seguiría el interinato en la Presidencia del mismo De la Huerta, durante el cual Obregón desarrollaría su campaña por la presidencia de México, en la que diría en un discurso en Yucatán: “Vamos a mostrarle al mundo que, o bien somos capaces de reconstruir el país que hemos semi destruido para guiarlo por nuevos caminos, o que únicamente somos capaces de destruir sin construir el país del futuro.”
Por entonces, Nogales seguía el proyecto de construcción de un nuevo México: el primer día de 1920 era promulgada la ley número 23 que elevaba a la categoría de ciudad a esta población. Y como signo del desarrollo de la nueva ciudad, también por entonces la calle Vázquez fue abierta hacia el Oeste, al igual que la calle de la Cañada de Los Locos hacia el Este, que para enero de 1921 había sido rebautizada como Buenos Aires. Además, se extendió la tubería de agua potable a lo largo de la cañada de los Héroes hasta el panteón y se consiguió un préstamo de $2,000 dólares para conectar el drenaje al de la población vecina.
Pero regresando al nivel nacional, la elección de Obregón como presidente de la república implicó un rediseño de su función revolucionaria: si hasta entonces había sido invicto guerrero, ahora se dedicaría a la consolidación ideológica revolucionaria y la reconstrucción nacional. Sólo faltaba por ver cómo los realizaría.
(Arriba aparece Alvaro Obregón en el centro inferior de la imagen. A la izquierda, Plutarco Elías Calles, y en la esquina superior izquierda Luis N. Morones) |
En uno de los principales renglones, la educación, Obregón supo delegar en una persona de ideas, en José Vasconcelos, la conducción cultural de la nación. Sí. Sabía que él, aunque agudo y con una memoria fotográfica, no había dedicado su vida a entender la cultura e historia de nuestra nación, es decir, era pragmático, no ideólogo. Por eso le encargó esa tarea a un filósofo como Vasconcelos. Y aunque a veces dudó de las acciones vasconcelistas, a fin de cuentas lo dejó hacer con el resultado de que la herencia que dejó ese periodo en las misiones culturales, en el muralismo, en la música, en la educación y en las ideas mexicanas aún no ha sido rebasada.
En las relaciones laborales, su gobierno reconoció las huelgas, siempre que fueran promovidas por la CROM, dirigida por Luis N. Morones; en el reparto de la tierra, otra de las banderas sociales revolucionarias, se realizó la mayor redistribución hasta entonces, casi un millón de hectáreas, aunque como nos recuerda el Dr. Ignacio Almada: “en Sonora se contó con una estabilidad que favoreció el desarrollo de la empresa privada… Militares/negociantes y empresarios locales –algunos emparentados- empezaron a hacerse de propiedades, de ranchos, en especial a fincar empresas y a aprovechar las oportunidades para asociarse con inversionistas estadounidenses, inhibiendo el desarrollo de un agrarismo radical… [Para lograrlo, se] impulsó el crecimiento económico de los valles del Yaqui y Mayo con inversiones públicas y privadas…”
Finalmente, en las relaciones internacionales, Obregón se enfrentó durante su presidencia a un cuchillo de doble filo: por un lado, hacer cumplir el artículo 27 de la Constitución, que le otorgaba a la nación los bienes del subsuelo -el petróleo en particular-, aunque por otro lado estaba la necesidad de conseguir el reconocimiento de Estados Unidos a su gobierno, reconocimiento que éste condicionaba a que México abandonara sus pretensiones nacionalistas en relación con el petróleo y le exigía el pago de la deuda externa del país. Este tema es muy complejo y requiere que le dedique todo un artículo. De cualquier manera, a través de los Tratados de Bucareli de 1923, Obregón validó las pretensiones estadounidenses y a cambio obtuvo el reconocimiento que buscaba, lo que le aseguró el apoyo estadounidense durante la rebelión Delahuertista de finales de 1923 y principios del 24.
Como dice Enrique Krauze: “En su haber podía ostentar la obra educativa, ciertos avances fiscales y hacendarios, un tono tensamente conciliatorio con la iglesia y un apoyo moderado a las demandas obreras y campesinas. Pero a su cargo los enemigos señalaban la transacción con Estados Unidos, la centralización política, el ahogo de los partidos en la Cámara y la traición a su propio manifiesto de junio de 1919”, manifiesto con que había iniciado su carrera política aquí, en Nogales.
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