Hemos tenido en México dos conmemoraciones del Centenario de la Independencia. La primera bajo el gobierno de Díaz en 1910 recordando el Grito de Dolores, en 1810; la segunda bajo el gobierno de Obregón en 1921 en memoria de la conclusión del movimiento independentista, en 1821. (En seguida aparece un informe en que se da noticia del Grito de Dolores, el 16 de septiembre de 1810)
El 1 de abril de 1907, el Presidente Díaz nombraba una Comisión, encabezada por Guillermo Landa y Escandón, Gobernador del Distrito Federal, para encargarse de las preparaciones. Como parte del evento se construyeron obras como la Columna de la Independencia ($2,150,000) y el asilo de enfermos mentales ($2,243,345), el Monumento a Juárez ($390,685) y el mejoramiento del sistema de drenaje de la ciudad de México ($1,986,017) por nombrar sólo unas pocas.
Pero posiblemente los actos más emotivos fueron el regreso por España del uniforme de Morelos, entregado por el Marqués de Polavieja, evento acompañado del equivalente de un funeral de Estado.
Otro acto fue el traslado a la capital de la pila bautismal de Don Miguel Hidalgo y Costilla (a la derecha se ve el desfile que acompañó al traslado de la Pila).
Finalmente, el Desfile Histórico, una representación de la historia del país en tres actos: el primero, el encuentro entre Cortés y Moctezuma en el que 809 individuos vestidos a la usanza de la época recrearon el momento que le diera inicio a la conquista de México; el segundo acto, El Paseo del Pendón, evocaba una ceremonia colonial; y en el tercero, Agustín de Iturbide, al mando del Ejército Trigarante, llegó al Zócalo acompañado de representaciones de generales independentistas como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Anastasio Bustamante y Manuel Mier y Terán. Además, hubo carros alegóricos con representaciones de Don Miguel Hidalgo y Costilla y Don José María Morelos y Pavón, así como otros de los Estados de Tabasco y Sinaloa. Después venían más alegorías que representaban los logros del Porfirismo en comercio, agricultura, industria, banca y minería.
En 1921, por otro lado, no hubo preparaciones muy anticipadas. Sólo después de que Herminio Pérez, gobernador de la Ciudad de México, pidió recursos federales para realizar la conmemoración, el gobierno federal se hizo cargo de ésta. Se nombró una Comisión integrada por Alberto Pani, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, y se invitó al Cabildo de la Ciudad para que nombrara a un cuarto integrante. Félix Palavicini asumió el papel de Síndico y patrocinador de la conmemoración.
Una diferencia notable con 1910 fue que en esta ocasión no se inauguraron obras ostentosas, tal vez por la precaria situación económica del país, pero también tal vez porque la revolución no contaba con una figura preeminente sino varios jefes que luchaban entre sí. Por ejemplo, sería increíble que Obregón le erigiera entonces un monumento a Villa o a Zapata. Lo que sí, se rebautizaron algunas de las principales calles de la ciudad de México: La Calle de los Capuchinos a Venustiano Carranza, la Calle de Plateros y San Francisco a Francisco I. Madero, y la Calle del Parque del Conde a José María Pino Suárez.
Otra divergencia radicó en la orientación ideológica conmemorativa: mientras que en 1910 se intentaba resaltar los logros del Porfirismo, en 1921 las conmemoraciones tuvieron un carácter eminentemente popular, resaltando lo indígena en el discurso revolucionario.
Por ejemplo, la Semana de los Niños, con pláticas de salud infantil y la entrega de la Declaración de los Derechos del Niño. Regalos a los pobres de 20,000 huaraches y sombreros a los hombres, y 10,000 blusas y rebozos a las mujeres. Un desfile conmemorativo de concurso de carros alegóricos de 31 negocios de México –ganó el de la compañía petrolera El Aguila-, así como la participación del ejército en una reconstrucción de la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.
El evento más impresionante, sin embargo, fue la “Ceremonia de Xochiquetzalli,” en Xochimilco, que había sido adornado para ese fin, y cuyo acto climático fue el sacrificio de una joven en una ceremonia simulada.
También se organizó una “Noche Mexicana” en la que se presentó la cultura indígena: comida, arte, música y danzas regionales, así como un ballet espectacular, “Fantasía Mexicana,” creado por Adolfo Best Maugard y la bailarina rusa, Anna Pavlova. Además, se montó una Exhibición de Artes Populares con textiles, cerámica, productos de piel, pinturas, zarapes, etc.
Otro evento más fue el concurso “La India Bonita,” que ganó Biviana Uribe, una niña de 15 años de Necaxa que apenas rebasó al segundo lugar, una joven descalificada por sus ojos verdes. Y como símbolo del cambio tecnológico que traía el siglo, también hubo demostraciones aéreas en el aeropuerto de Balbuena y otros eventos públicos.
Fueron, ambos, eventos conmemorativos del Centenario que respondían a sus tiempos. Falta por ver cómo serán los de nuestro Bicentenario.
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