Si bien el periodo de luchas bélicas de la revolución en México duró diez años, de 1910 a 1920, el de las contiendas ideológicas duraría veinte, de 1920 a 1940. Este último inició con el ascenso de Obregón a la presidencia de la nación, cuando nuestro país aún no sabía si seguir el camino de los caudillos o el de las instituciones.
Obregón, caudillo, planteó, al menos en la proclama de Nogales que lanzó su candidatura en 1919, la necesidad de formar organismos políticos nacionales. Entendía como expresión nacional ideológica de su momento a dos principios, el conservador y el liberal. Y proponía la libre participación de ambos, en contienda abierta.
Vino después su presidencia, seguida de la de Plutarco Elías Calles, quien días después de su toma de posesión reconoció que “el movimiento revolucionario ha entrado en su fase constructiva” y así fue cómo se dio a la tarea de iniciar la reconstrucción económica nacional, aunque en lo ideológico la nación se agitaba entre varios problemas: la pugna religiosa, iniciada por el mismo Calles, quien intentó imponer su visión jacobina a la nación, y por el otro la enorme proliferación de partidos políticos, miles en realidad en el país, que tejían y entretejían la enorme y compleja madeja política nacional de acuerdo con circunstancias electorales momentáneas, muchas de ellas regionales.
Bajo este panorama transcurrió el cuatrienio de Plutarco Elías Calles, y en su informe final, después del asesinato del presidente reelecto, Alvaro Obregón, Calles dijo que la nación debía ya: “pasar de una vez por todas de la condición histórica del país de un hombre a la de nación de instituciones y de leyes” y agregó unos párrafos que casi han quedado olvidados en nuestros días de su mensaje final, proponiendo permitir “a la reacción política y clerical” la discusión abierta, a “la lucha de ideas.” Meses después sería integrado el Partido Nacional Revolucionario, cuyo primer presidente sería el mismo Calles.
En la presidencia de la república, a Calles le sucedería un interregno de seis años, hasta 1934. Y fue precisamente durante este periodo cuando el PNR lanzó la candidatura de Pascual Ortiz Rubio, que tuvo como contendiente al más grande filósofo que haya visto la época contemporánea de nuestro país, José Vasconcelos, quien a su llegada a México desde el exilio para iniciar su campaña política, pronunció, aquí en Nogales precisamente, la frase de que "la revolución necesita, por fin, llegar a los espíritus." Sin embargo, esa candidatura fue acremente combatida por el gobierno de Calles con encarcelamientos, persecuciones y muertes como la masacre de Topilejo, con el resultado oficial de 1.8 millones de votos de Ortiz contra 106,000 de Vasconcelos, y así asumió Ortiz la presidencia.
Sin embargo, los problemas en la sucesión presidencial indicaban que el poder de Calles iba menguando, hasta que finalmente Lázaro Cárdenas se encargó de deshacerse del callismo en 1936. Después terminaría la contienda religiosa, para en seguida dar comienzo a una campaña nacional de redistribución de la tierra y de recuperación para el país de los recursos del subsuelo, siendo el petróleo el de mayor impacto.
Sin embargo, al final de su sexenio dio marcha atrás debido a la conjunción de factores opuestos a su política ideológica. Por ejemplo, para deshacerse de los callistas, Cárdenas había tenido que aliarse con grupos regionales conservadores, “saltimbanques y girasoles” como les llamaría alguien, quienes únicamente se subieron al carro cardenista por conveniencia personal, y al aproximarse el final del sexenio quienes lo habían sostenido cambiaron de bandera, amenazando con destruir la obra de Cárdenas.
Como nos recuerda Alan Knight: “Entre 1938 y 1940, enfrentándose a series dificultades económicas y retos políticos, la administración dio marcha atrás.” En lo político, en 1939, ya a finales del sexenio de Lázaro Cárdenas, se había integrado el Partido Acción Nacional; mientras que en lo económico, el ejido colectivo fallaba debido a la corrupción gubernamental, a la vez que los ferrocarriles nacionalizados habían sufrido un desastroso accidente en abril de 1939 que llevó a la renuncia en masa del Consejo de Administración de los Ferrocarriles, seguida de la del dirigente sindical ferroviario. Sin embargo, posiblemente el principal signo del viraje ideológico lo provocó la solución de la disputa de la compañía ASARCO, la principal compañía minera del país. Para entonces, los ingresos nacionales petroleros y de minería habían sufrido una enorme caída por las políticas nacionalistas del país, y fue entonces que el gobierno cardenista promovió una solución amigable a los intereses de ASARCO. La razón: esta compañía realizaba adelantos en los pagos de sus impuestos al gobierno mexicano, ingresos que ayudaban mucho a la apretada situación financiera del país.
Así fue cómo Cárdenas escogió al moderado Manuel Avila Camacho para que le sucediera, cuando todos pensaban que el elegido sería Francisco Múgica, quien comulgaba con las políticas redistributivas del mismo Cárdenas.
De esta manera, el mismo Cárdenas se encargó de terminar con la política que él mismo había impuesto. Posiblemente quien mejor haya descrito lo que vino después sea Alan Knight, quien lo ha resumido así: “Después de 1940, las instituciones claves del cardenismo –el ejido y la educación socialista, la CTM, la CNC y PRM; Pemex y los Ferrocarriles Nacionales- a duras penas cumplían las esperanzas de la década de mediados de los 1930; ni tampoco, para ponerlo de otra manera, cumplieron los temores de los hombres de negocios y conservadores. El cascarón institucional del cardenismo permaneció, aunque su dinámica interna se había perdido. En otras palabras, la carreta había sido secuestrada por nuevos choferes quienes regresaron la máquina, subieron a gente nueva, y se dirigieron en una dirección totalmente distinta.”